miércoles, 28 de febrero de 2018

Elizabeth Bishop y Lota de Macedo Soares




Era el comienzo de los años 50, la poetisa estadounidense Elisabeth Bishop viajó a Río de Janerio a visitar a una antigua colega de la universidad, allí conoció a la arquitecta y paisajista autodicta Lota de Macedo Soares. Lo que pretendía ser un viaje de 10 días se convirtió en una relación de 15 años. En las dulces palabras de la nota de sala de la exposición encontramos un resumen del encuentro:

En el mismo año en que Elizabeth partía a circunnavegar Sudamérica en barco, Lota amasaba el paisaje para habitarlo, de las manos de Sergio Bernardes, a través de una casa extrañamente futurista y ancestral a partes iguales, una casa-pregunta, donde la inmaterialidad y la ligereza de la estructura metálica, sofisticada y audaz para el Brasil del momento, se asociaba con materiales asombrosamente rústicos: piedra, barro y un primer techo de paja que fue luego sustituido por una cubierta metálica. Coexistencia de lo cálido y lo frio, lo vernáculo y lo forastero, lo terrestre y lo marítimo.

Allí quedo abrazada por las obras de Lota, que por aquel momento había terminado una casa donde vivirían su encuentro cósmicoii. Ambas desarrollaban sus proyectos paisajísticos y poéticos rodeados de la mata brasileña. Lota tenía una vocación especial para la arquitectura siendo un ser autodicta que se había formado a través de experiencias como cursos y talleres en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Una pasión técnica arrolladora donde la melancolía minuciosa de la poesía había encontrado cobijo. Elizabeth comprendió la profundidad de su arquitectura y lo plasmó con sus propias de palabras en su libro Norte y Sur ganador del Premio Pullitzer en 1956:

Un discurso deslumbrante, en el que abundan las observaciones cotidianas junto a la experiencia plástica y mental, sostenido de una complejidad sensual tan sugestiva como inquietante; los claroscuros del amor; una singular captación e interpretación del paisaje, con imágenes distorsionadas e invertidas; una facilidad para el encuadre óptico, que recuerda, por un lado, a Hopper, y, por otro, a De Chirico; un acercamiento a lo onírico más que a lo surreal; una extraña capacidad para reflexionar, sin decirlo, sobre el deseo…

A medida que conocía más sobre esta historia descubrí eventos en la vida de Lota que se entrelazaban con figuras de referencia dentro del ”modernismo específico“iii brasileño, como uno de mis paisajistas de cabecera el señor Burle Marx.

Durante este romance Lota proyectó uno de los espacios verdes más importantes de la ciudad de Río de Janerio: el Attero do Flamengo, hoy Parque Brigadier Eduardo Gomes (un tema que bien merece otro post). El parque que comenzó Lota gracias al apoyo de su amigo Carlos Lacerda estaba basado en la forma de trabajar que había experimentado en Estados Unidos delegando tareas a diferentes actores profesionales. Fue así como dividió tareas: la arquitectura la dejó en mano de dos arquitectos, para la creación de los playgrounds contaba con una socióloga y una arquitecta, un ingeniero norteamericano realizaría la iluminación y existía un botánico para determinar la dirección de vivero y la reproducción de las plantas.

Su planificación del proyecto basada en la subdivisión de tareas mostraba un hacer diferente, diverso y talentoso, que con su fuerza y tenacidad era capaz de llevar a cabo pero que no compartía la aceptación de los grandes autores del momento. Así fue como surgieron los roces con Burle Marx que ya gozaba de gran reconocimiento, cuyo estilo se basaba en la improvisación y la autoríaiv. Lota contraría a la autoría individual dominante, se guiaba por su intuición y buen hacer sin dejarse aplastar por roles de genio.

Todas estas decisiones y especialmente el diseño de los playgrounds, propuesta por Ethel Bauser Medeiros representaban para Burle Marx el total desconocimiento de su maestría. Esto no tardó en convertirse en un enfrentamiento entre dos personalidades muy fuertes, Lota y Burle Marx, que condujo a la larga a una ruptura dividiendo al grupo de trabajo. Lota aplicaba lo que había aprendido en Estados Unidos, nada de improvisación, atribuyendo cada aspecto del proyecto a los profesionales más idóneos, pero estaba en Brasil, donde Burle Marx ya era un mito. Circunstancias políticas adversas iban a trabajar contra ellav.

La búsqueda de la autoría compartida la separaba cada vez más de Elisabeth que pasaba demasiado tiempo sola buceando en su melancolía en un país cada vez más ajeno a ella. Un lugar, una situación que ahogaba su poesía. Un poesía que le pedía volver a su origen.

Cuando el parque estaba prácticamente terminado, Elisabeth volvió a Estados Unidos en 1966, abandonando a Lota que cayó en una terrible depresión. Un año más tarde Lota viaja hasta Nueva York para recuperar el amor de Elisabeth: El mismo día en que llega a Nueva York, el 19 de septiembre de 1967, encuentra Elizabeth, y sentada en su regazo, la negativa de estar juntas. Ese mismo día, y sentada en el sofá de Bishop, Soares toma una sobredosis de tranquilizantes y muere varios días después, el 25 de septiembre.vi

Sobre lo sucedido, Elisabeth escribirá el poema Un arte.

Un arte

El arte de perder se domina fácilmente;
tantas cosas parecen decididas a extraviarse
que su pérdida no es ningún desastre.

Pierde algo cada día. Acepta la angustia
de las llaves perdidas, de las horas derrochadas en vano.
El arte de perder se domina fácilmente.

Después entrénate en perder más lejos, en perder más rápido:
lugares y nombres, los sitios a los que pensabas viajar.
Ninguna de esas pérdidas ocasionará el desastre.

Perdí el reloj de mi madre. Y mira, se me fue
la última o la penúltima de mis tres casas amadas.
El arte de perder se domina fácilmente.

Perdí dos ciudades, dos hermosas ciudades. Y aun más:
algunos reinos que tenía, dos ríos, un continente.
Los extraño, pero no fue un desastre.

Incluso al perderte (la voz bromista, el gesto
que amo) no habré mentido. Es indudable
que el arte de perder se domina fácilmente,
así parezca (¡escríbelo!) un desastre.

sábado, 24 de febrero de 2018

La familia Von Trapp

Von Trapp 
la familia que inspiró Sonrisas y lágrimas


Cuando fue lanzada hace 50 años, "La novicia rebelde" (en España fue conocida como "Sonrisas y lágrimas") se convirtió en uno de los filmes más populares de todos los tiempos.

La historia –una novicia que es enviada como institutriz de ocho niños huérfanos de madre e hijos de un capitán austríaco- está basada en un hecho real.

En una familia real: los von Trapp.

Pero, ¿qué piensan ellos realmente sobre lo que muestra la película que llevó su nombre a la fama?

"Todo el mundo piensa que "La novicia rebelde" muestra las cosas tal y cómo pasaron y por supuesto no fue así, los productores se tomaron algunas licencias artísticas", le dijo a la BBC Johannes von Trapp.

Johannes es el hijo menor de Georg y María: el condecorado capitán de la Marina y la dulce monja, en la película.

"Esa fue la versión de Hollywood, que fue tomada de una versión de teatro de Broadway, que a su vez estaba basada en una película alemana que había tomado como referencia el libro que mi madre escribió", detalló Johannes.

Y añadió: "Es como el juego del teléfono roto, que le susurras una palabra en el oído a alguien y esa persona hace lo mismo con la que tiene al lado. Con el tiempo, la versión original cambia un poco".

Cuando "La novicia rebelde" fue estrenada en marzo de 1965, la 20th Century Fox hizo una presentación especial para los miembros de los Von Trapp en Nueva York.

Johannes estaba iniciando su servicio militar en el ejército de Estados Unidos y pidió permiso para asistir al estreno, pero no le fue concedido.


"Pero igual fui. Pedí prestado un carro para estar con mi madre y mis hermanos. Fue algo muy emotivo y poderoso. La escena del matrimonio hizo salir de la sala a mi madre, estaba muy impactada", recordó.

Las diferencias

En la vida real, el hermano mayor de los Von Trapp era Ruper, pero en la película era Liesl, una dulce joven de 16 años que se enamora del hombre que trae los telegramas, Rolfe.

"En nuestra familia, la hermana mayor era Ágata y era muy introvertida, por lo que el número romántico con el cartero nos hizo mucha gracia. Nos reímos bastante con eso", relató Johannes.

También hay otras diferencias.

Johannes nació en 1939, cuando sus padres ya llevaban 12 años de matrimonio y tenían dos hijos juntos, además de los ocho que tenía el capitán con su primera esposa, de la cual enviudó.


En la película, el capitán y María se casan en 1938. "Era ya bastante difícil para la productora manejar siete niños".

Hay un personaje fundamental en la vida de los Von Trapp, que no fue tenido en cuenta ni en la película de Hollywood ni en el musical de Broadway: el sacerdote Franz Fausner.

Fausner fue fundamental en la conformación musical de la familia y de hecho, viajó con ellos en varias giras por Estados Unidos y Europa.


Pero tal vez donde la familia real Von Trapp encuentra más diferencias con el mundo es en torno a la figura del capitán Georg, el padre, que fue interpretado en la película por Christopher Plummer.

Lejos de la figura distante y dominante que muestra la película, Johannes describe a su padre como "un hombre cálido, generoso, abierto, no esta especie de hombre castigador que se construyó en los escenarios y en la pantalla de cine. Mi mamá también trató de cambiar esa imagen que se construyó de él, pero no pudo".

De hecho fue el libro de María von Trapp, "La historia de la familia de cantantes Von Trapp", publicado en 1949, el que inspiró el musical y después la película.

La familia había perdido todo su dinero cuando un banco en Austria quebró a principio de los años 30 y tuvo que buscar la manera de sobrevivir en una villa en las afueras de Salzburgo.

Pero la anexión de Austria a la Alemania nazi, en 1938, dificultó las cosas allí y los Von Trapp tuvieron huir.

Aquí surge otra diferencia: no cruzaron las montañas como se muestra en el filme.

Ellos fueron en tren para ir a un concierto y nunca regresaron. Después cruzaron el Atlántico en barco hasta Nueva York, con apenas algunos billetes en el bolsillo.

Un best seller

Los Von Trapp continuaron dando conciertos y lograron comprar una granja en Vermont. Pero en 1947 el capitán Georg murió y dejó a María sola con 10 hijos a su cargo.

Allí fue cuando surgió la idea de escribir el libro que se convirtió en un bestseller. Después en una película alemana. Después, el musical.

María recordó, en una conversación con la BBC, que ella supo que Hollywood se había atrevido a hacer una película porque lo leyó en los diarios.

"Me alarmé", dijo. "Yo no sabía qué habían hecho con mi historia. Pensé 'Hollywood siendo Hollywood, me van a mostrar como una mujer con tres matrimonios encima y divorciada, cualquier cosa'. Sin embargo, lo hicieron tan bien, especialmente esa escena conmigo en las montañas dando giros".

Pero ella tenía algunas reservas en cómo su personaje -que interpretó Julie Andrews- iba a ser mostrado.

"Había un contraste con lo que era yo, alguien salvaje e indomable a esa edad, mientras las Marías del cine y del teatro eran como una señoritas, que cómo pueden ver yo no soy", recordó.

María fue una "fuerza de la naturaleza", dijo Johannes.

"No era fácil discutir con ella, pero nos mantuvo juntos. Era una mujer fuerte y dura, pero a la vez maravillosa", anotó.

Cantando en la cocina

En lo que sí parecen coincidir completamente ambas familias –la de la ficción y la real- es en el tema musical.

"Recuerdo que varias veces yo estaba lavando los platos en la cocina y mi hermana Hedwig estaba cocinando. Entonces empezaba a cantar. Y yo la seguía y después llegaba otra hermana y se nos unía. Hasta los invitados a casa terminaban cantando con nosotros", dijo Johannes.

Él reconoció que muchas veces ha sido duro vivir con la fama que trajo la versión de Hollywood, pero "tienes que tomar eso con pinzas".

"Durante muchos años me molestaba lo que había pasado. Pero la gente que se me acercaba para decirme que la película había sido algo inspirador para ellos hizo que lo llevara mejor. Que había sido parte de mi vida y lo acepté así, mientras que continué viviendo sin hacerlo de forma muy pública".



Los descendientes del famoso matrimonio von Trapp, inspiradores del musical La Novicia Rebelde, cambiaron la música en Austria por el turismo en los Estados Unidos.

El Capitán Georg von Trapp tuvo siete hijos con su primera esposa, Agathe Whitehead, una aristócrata británica, hija del inventor del torpedo. Whitehead murió de escarlatina en 1922. Cuatro años más tarde, el Capitán decidió contratar a una monja novicia, Maria Augusta Kutschera, como tutora de su hija María, que también había contraído escarlatina y estaba muy débil.

El Capitán y Maria se casaron en 1927. Tuvieron dos hijas en Austria y un hijo en el exilio. El Capitán perdió la mayor parte de su fortuna durante la Depresión y fue entonces cuando, asesorados por un cura amigo de la familia, los von Trapp empezaron a cantar profesionalmente para tener otra fuente de ingresos. Ganaron un primer premio en el festival de Salzburgo en 1936.

Los von Trapp consiguieron un visado de seis meses para actuar en Estados Unidos. Cuando la visa expiró, ofrecieron varios conciertos en Europa y regresaron a Estados Unidos con la intención de quedarse, aunque esta vez entraron en el país a través del Centro de Inmigración de Ellis Island. Permanecieron en el centro tres días y cantaron con los cientos de inmigrantes que también esperaban el permiso para pisar Nueva York.

El musical y la película sobre la familia von Trapp son una adaptación de una película, estrenada en Alemania y basada en la autobiografía que escribió Maria von Trapp, La historia de la familia Trapp. Como la matriarca de la familia había vendido los derechos del libro a los productores del primer film, ella no se benefició del enorme éxito de taquilla que tuvieron el musical de Broadway y la adaptación estadounidense La novicia rebelde (Sonrisas y lágrimas en España).

A los hijos von Trapp les molestó que en el film el Capitán fuera caracterizado como un padre severo y frío, porque en realidad era un hombre dulce y muy afectuoso. Y si bien es cierto que el mayordomo de la familia era miembro del partido Nazi, siempre fue leal y nunca los delató.

Cuatro hijos del capitán y María todavía sobreviven. Son Maria, Rosmarie, Eleonore y Johannes. Maria -cuya enfermedad propició que el capitán y la monja novicia se conocieran- fue misionera en Papua, Nueva Guinea y en la actualidad vive en Stowe, cerca del hotel. Rosmarie es una profesora jubilada que también fue misionera. Eleonore también vive en Vermont. Johannes dirige el hotel junto con su hijo Sam.

En 1942, durante un descanso de una de sus giras de conciertos por Estados Unidos, la familia compró tierras en el pueblo de Stowe, en Vermont. Con los años los von Trapp construyeron una casa de 27 habitaciones, que alquilaban a esquiadores y alpinistas. La casa se llamó Cor Unum (Un corazón) y años más tarde se convirtió en un hotel, el von Trapp Family Lodge.

Maria von Trapp falleció en 1987. Está enterrada en el cementerio privado de la familia en los jardines del hotel von Trapp en Vermont, junto con el Capitán. Algunos de sus hijos también están enterrados allí.

miércoles, 21 de febrero de 2018

Sada Abe & Kichizo Ishida



Seis días en la cama. Ella: Sada Abe, ex-prostituta, ninfómana, desequilibrada e hipersensible. Él: Kichizo Ishida, sumiso nihilista, mamado de satiriásis y subyugado a los encantos de Sada. Ambos protagonizaron en la primavera de 1936 un maratón orgásmico y pasional que desembocó en la asfixia erótica y consentida de Kichizo y con sus genitales cercenados en el bolso de su amante. La historia trascendió con míticos matices y se convirtió en inspiración de infinidad de artistas. Ahí nació la legendaria película “El imperio de los sentidos”.

La trascendencia histórica (y personal) de aquella semana de conocimiento lascivo y desgarro carnal –literalmente- fue confirmada por la obra maestra de Nagisa Oshima. Película de culto para los amantes del cine erótico-explícito y prohibida en infinidad de países durante su estreno en 1976 y todavía hoy en Irlanda, a pesar de compartir videotecas con abundante cine porno. El viernes 17 de enero de 1986 se emitió por primera vez en Televisión Española (Cine de Medianoche) bajo una ‘ardiente’ polémica que vació teatros y espectáculos y colmó la curiosidad de una millonaria e inexperta audiencia. Nadie quien haya visto la película ha vuelto a comer un huevo cocido de la misma manera ¿Me equivoco?

Sada Abe nació en Tokio en 1905. Hija menor de una familia de clase media, fabricante de tatamis, fue una niña consentida e irritable. Violada a los 14 años cultivó un temperamento y una identidad sexual casi indescifrable que llevó a sus padres a ‘venderla’ a una escuela de geishas esperando dar un rumbo a su vida a la par que ingresaban por ello unos réditos (tradición muy común en la época).

Pero en realidad creció en un burdel en el distrito rojo de Tobita -en Osaka- como prostituta de lujo o geisha de bajo rango. Allí se ganó una gran reputación como generadora de problemas. Robando a los clientes e intentando abandonar el prostíbulo en varias ocasiones. Luchó contra la sífilis y sus explotadores proxenetas hasta que consiguió escapar y cambiar su identidad para evitar pagar las deudas contraídas con ellos. A pesar de su dilatada experiencia sexual, todavía no conocía la parte espiritual de la entrega amorosa.

Acabó de camarera en el hotel Yoshidaya, un pequeño hostal de la ‘Capital del este’ regentado por Kichizo Ishida, el que se iba a convertir en su mejor y más veraz amante. Paradójicamente fue Kichi quien descubre en sus primeros escarceos la vertiente más hedonista de la sexualidad a Sada . Aunque pronto se sobrepasarían todos los límites de las relaciones sexuales convencionales para caer en el más alto sibaritismo porno-erótico y sadomasoquista.

“ […] Es muy difícil decir exactamente qué era lo mejor de Kichi. Pero también es imposible decir nada malo acerca de su aspecto, su actitud, su habilidad como amante, o la forma en que expresaba sus sentimientos. Nunca he conocido un hombre tan absolutamente sexy”. Sada Abe tras su detención....

Poco a poco la exacerbación de la libido de Sada fue degenerando en una enfermiza veneración fálica. Los escasos paseos fuera de la “Tea House” o Machiai (pequeño Hotel del Amor en Ogu, Tokio) los hacía ella con su mano, bajo el kimono, sobre los genitales de su amante. La posesión no agobiaba, en absoluto, a Kichi, -sexualmente omnívoro- quién alimentaba su pasión con las veleidades de su meretriz.

Kichi era un hombre objeto, siempre sometido -siempre debajo-, exhausto y obsesionado con darle ese ‘gran orgasmo’ que nunca llega a Sada. El impulso destructivo o Thánatos se produce cuando ambos empiezan a introducir el dolor como fuente de placer. Kichi se entrega una y otra vez, complacido, al peligroso juego de asfixiofilia propuesto por su amante.

En la última noche, el 18 de Mayo de 1936, Sada utilizó su obi para cortar la respiración de Kichi durante su éxtasis mientras éste suplicaba:

“[…] Cuando me quede dormido pon el obi alrededor de mi cuello otra vez y aprieta de nuevo, no te detengas… Si comienzas a estrangularme, no pares, porque es muy doloroso después el despertar….” Confesiones de Sada Abe.........

Alrededor de las 2.00 de la madrugada, mientras dormitaba, Sada estranguló a Kichi con su connivencia hasta causarle la muerte, alcanzando el delirio tántrico buscado. Una sensación que –según ella- la colmaría el resto de sus días. Inmediatamente después cortó pene y genitales a su amante envolviéndolos en una revista y llevándolos a todas partes en su bolso de mano cual relicario. Algunas fuentes señalan que no fue en su bolso, sino en el interior de su propio cuerpo donde guardó su trofeo sexual. Antes de abandonar el escenario Sada talló su nombre con un cuchillo de cocina sobre el brazo inerte de su novio y escribió con su sangre: “Sada, Kichi Futari-kiri” -Sada, Kichi juntos- sobre las mismas sábanas mortuorias.

“Después de haber matado a Kichi me sentí totalmente a gusto, como si una carga pesada se levantara de mis hombros, y experimenté una sensación de claridad absoluta. […] cogí sus genitales porque no podía llevarme la cabeza o el cuerpo conmigo. Escogí la parte de él que me traía los mejores recuerdos […] “ Sada Abe en declaraciones a la policía......

Cuando la policía descubrió el cadáver y hasta que capturó a la prófuga, se desató el llamado “Abe Sada Panic”; o miedo a acabar bajo los brazos de la amante asesina. Un falso avistamiento en la ciudad de Ginza provocó incluso un gigantesco atasco por estampida que sólo cesó al declararse falsa la alarma.

Pocos días más tarde Sada Abe fue detenida en la ciudad de Osaka mientras intentaba comerse su reliquia para prolongar su éxtasis ahora necrofílico.

Después de tan solo seis años de condena por asesinato en segundo grado y mutilación cadavérica, Sada se trasladó a la prefectura de Saitama. Se convirtió en una celebridad y paradójicamente una autoridad en materia sexual y de libertades. Idolatrada por la cultura tradicional japonesa, escribió una autobiografía de mucho éxito (Memorias de Abe Sada: La mitad de una vida de amor) y participó en varios Best-Seller (Confesiones eróticas de Sada Abe –basado en sus declaraciones a la policía-).

Desapareció voluntariamente del mapa en 1969. El pene y los testículos de Kichi permanecieron en exhibición pública en el departamento de patología de la Universidad de Tokio hasta poco después de la II Guerra Mundial.

jueves, 15 de febrero de 2018

Elizabeth gilbert & José Nunes



Elizabeth Gilbert tenía, a los 31 años, un esposo cariñoso, una casa con jardín en un suburbio de Nueva York y una carrera que le había valido múltiples nominaciones a premios de periodismo y literatura. Pero había algo de esa vida aparentemente perfecta que no la dejaba ser feliz: no quería tener hijos como le demandaban las normas sociales, su marido le resultaba tan adorable como fastidioso y pasaba las noches llorando encerrada en el baño. Por eso decidió, después de un divorcio tormentoso y un amorío enfermizo con un hombre menor que ella, emprender un viaje de un año por Italia, India e Indonesia, tras el cual se quitó la depresión de encima, se hizo famosa y millonaria y se convirtió en una especie de gurú para millones de mujeres que sueñan con cambiar de forma drástica su vida.

Comer, rezar, amar (Eat Pray Love), el libro de 2006 que recoge las memorias del viaje, se convirtió de repente en un inesperado fenómeno editorial que hoy sigue vigente. La ‘biblia’ de Gilbert ha sido traducida a 30 idiomas, está por completar 200 semanas en el listado de best sellers del diario The New York Times y ha vendido alrededor de ocho millones de ejemplares en todo el mundo. Ya existen el perfume, las cremas humectantes, los aretes y los collares marca Eat Pray Love. También los tours que recorren los restaurantes donde almorzó Gilbert en Roma, los ashrams donde meditó en India y las calles de Bali, la isla indonesia donde se enamoró de un ‘príncipe azul’ brasileño 17 años mayor que ella.

La autora recibe cada semana cientos de cartas de mujeres que le confiesan que después de leerla se separaron, compraron un pasaje al otro lado del mundo, aprendieron a surfear, se tiraron por primera vez en paracaídas o se unieron a un grupo de voluntarios en Haití tras el terremoto. Hay otras que simplemente quieren un consejo, contarle que celebraron su cumpleaños número 40 con una fiesta en su honor o convertirse en sus amigas. Una de sus mayores admiradoras es la poderosa presentadora estadounidense de televisión Oprah Winfrey, quien ante los 23 millones de espectadores que siguen su programa contó que había visto a muchas personas llorar mientras leían el libro.

Para completar la cadena de éxitos, Comer, rezar, amar se convirtió en una película –que se estrenará el próximo viernes primero de octubre en Colombia–, donde la taquillerísima Julia Roberts interpreta a Gilbert y el español Javier Bardem, a Felipe, su amante latino cuyo nombre real es José Nunes. Pese a que los expertos pronostican un éxito rotundo en ventas, ya algunos medios la han tachado de mediocre. Tras su presentación en el Festival de Cine de Venecia, el periódico italiano La Stampa, uno de los más influyentes del país, aseguró que estaba llena de clichés, y La Repubblica, el segundo en circulación, le puso una calificación de 2,5 sobre 6. Una semana después, en el Festival de San Sebastián, el crítico de cine del diario español El País, Carlos Boyero, escribió que le parecía “cursi” y con un “exceso de merengue”. También la criticaron en Estados Unidos, donde The Washington Post publicó que estaba llena de estereotipos.

Y aunque The New York Times dijo cuando salió el libro que la prosa de la “agradable” Gilbert tiene una mezcla de “inteligencia, ingenio y exuberancia” que roza con lo “irresistible”, y Time lo describió como un relato “atractivo, inteligente y altamente entretenido”, no todos se divierten con sus vivencias. Hay quienes creer que no es más que una publicación cualquiera de autoayuda. “El problema no es el libro, es la autora”, escribió Alynda Wheat, crítica de la revista Enterntainment Weekly. “‘Comer, rezar, amar’ es, al final del día, el espléndido premio que recibió Elizabeth Gilbert por abandonar a su marido, aparentemente ino-fensivo, y enrollarse con un sinvergüenza. Durante todo el siguiente año, en el viaje mochilero más caro de la historia, balbucea sobre la generosidad desinteresada que tiene con su ex, cuánta pasta se puede comer y la criatura devota y espiritual en la que se ha convertido”. Criatura de la que Andrew Gottlieb se burla en el libro Drink Play F@#k (cuya traducción al español sería algo así como Tomar jugar tir@#r), una parodia en la que el escritor y cómico describe sus borracheras en Irlanda, su faceta de apostador en Las Vegas y sus noches de placer en Tailandia.

Existe también un grupo de mujeres que, tras sentirse inspiradas cuando leyeron el libro, se desilusionaron al ver que Gilbert, quien sostuvo en una época que nunca se casaría de nuevo y siempre defendió la tesis de que las mujeres no necesitan tener a un hombre a su lado para ser felices, al final contrajo matrimonio con Nunes. El más reciente libro de Gilbert, Committed, a Skeptic Makes Peace With Marriage (Comprometida: una escéptica hace las paces con el matrimonio), reflexiona sobre el matrimonio a partir de la historia de cómo se casó con su novio para que él pudiera obtener el permiso para vivir con ella en Estados Unidos. El libro ha sido mucho menos exitoso de lo esperado por la editorial, pues solo ha vendido unos 200.000 ejemplares desde que salió al mercado en enero. “Que yo escriba un libro sobre el matrimonio es como si George Bush escribiera un libro sobre diplomacia, porque no es exactamente una materia en la que me haya destacado –dijo Gilbert en una charla–. Voy a usar este libro para entender cómo funciona esa institución, y con suerte me irá mucho mejor esta vez”.

Gilbert asegura que no le importa que critiquen su trabajo. Supo que quería ser escritora desde niña, cuando vivía en una finca sin televisores ni equipos de sonido o vecinos para salir a jugar. Hija de un ingeniero químico amante del campo y una enfermera comprometida con el trabajo social, la pequeña Liz y su hermana, Catherine Gilbert Murdoch, quien hoy es historiadora y novelista, pasaban el tiempo leyendo las historias del Mago de Oz, de Lyman Frank Baum, y los cuentos de Charles Dickens. Y cuando no leían, escribían obras de teatro.

Elizabeth estudió Ciencia Política en la Universidad de Nueva York (NYU). De día iba a clases; de noche, escribía. Viajera incansable, tras graduarse se dedicó a recorrer el país. Trabajaba en restaurantes o bares y contaba sus vivencias en artículos que publicaba en revistas como GQ, Esquire, The New York Times Magazine o Travel + Leisure. De hecho, un reportaje sobre su experiencia como mesera en un mítico bar neoyorquino, en el que bailaba con sus compañeras sobre la barra, sirvió de inspiración para la película Coyote Ugly. Luego escribió un libro de historias cortas, una novela y una biografía que le valieron buenas críticas y nominaciones a premios como el National Book Award y el National Book Critic’s Circle Award.

El resto de la historia es la de Comer, rezar, amar: se casó, lloró en el baño, se separó, pensó en suicidarse, tomó antidepresivos y, con el adelanto que recibió por el libro que escribiría sobre su viaje, comió hasta la saciedad mientras aprendía italiano, meditó e hizo yoga en India y conoció a su actual esposo en Indonesia. Luego, se convirtió en celebridad y guía espiritual para millones de mujeres. Hoy vive en un pequeño pueblo de Nueva Jersey, desde donde aconseja a todos los que quieren saber cómo hizo para alcanzar la felicidad. Un final de cuento de hadas que algunos miran con admiración y otros ven como una contradicción en su vida.



Elizabeth anunció a través de Facebook que ella y Jose habían terminado. “Confío en que entenderán que esta es una historia que estoy viviendo y no contando”, señaló, al pedir respeto por la privacidad de los motivos que acabaron con un idilio tan bonito.

Dos meses después, Gilbert decidió revelar por qué se separó, también en su cuenta de Facebook. En la pasada primavera, relató, recibió una noticia que cambiaría el rumbo de su vida: “Mi mejor amiga, Rayya Elias, fue diagnosticada con cáncer de hígado y páncreas, una enfermedad que no tiene cura”, continuó Gilbert, quien describe a Rayya como su modelo para imitar, su fortaleza y su confidente más leal. “Algo pasó en mi corazón en los días siguientes al diagnóstico de Rayya. La muerte o el prospecto de la muerte nos permite apartar lo que no existe y en ese espacio de escueta y absoluta realidad, me vi frente a una verdad: Yo no solo quiero a Rayya, sino que estoy enamorada de ella”.

Elizabeth le expresó sus sentimientos a su amiga, quien los correspondió e iniciaron una relación. “Estamos juntas. La amo y ella me ama. La estoy acompañando en su enfermedad, no solo como su amiga, sino también como su pareja. Estoy exactamente en el lugar donde necesito estar, el único en que deseo estar”, explicó la escritora.

De antemano, Gilbert satisfizo la consabida pregunta que siempre sigue en estos casos de salida del clóset: ¿Por qué dar a conocer una situación que pertenece a su esfera netamente privada? “Por mi propia integridad y sanidad. Necesito poder caminar por el mundo del brazo de Rayya lo suficientemente relajada para mostrarme cómoda al respecto de lo que somos la una para la otra. Si no puedo ser lo que soy (tanto en privado como en público), entonces mi vida se tornará caótica, extraña y estúpida. Podría fingir que ella solo es mi mejor amiga, pero eso es degradante y nos hace débiles y nos confunde”.

Indudablemente, es un giro que nadie habría previsto en 2006, cuando su texto de memorias, Comer, rezar, amar, se convirtió en un fenómeno mundial, como lo indica el hecho de que permaneció 200 semanas en la lista de los libros más vendidos de The New York Times. Se trata de la crónica del viaje de autodescubrimiento que emprendió por varios lugares del mundo, tras su amargo divorcio, en 2002, de su primer marido, Michael Cooper. En Italia, se dedicó a comer; en India, a explorar la espiritualidad (rezar), hasta que en la isla de Bali le llegó de nuevo el turno para amar, al conocer a Nunes, 17 años mayor que ella. Si bien el enamoramiento era profundo, estaba muy escéptica frente el matrimonio, hasta que una frase de Jose la convenció de volver a dar el “sí, acepto”: “El lugar de una mujer es la cocina... con las piernas estiradas, tomándose una copa de vino, viendo cómo su esposo cocina para ella”.

En 2010, tres años después de su boda con el brasileño, se estrenó el filme basado en el libro, con el mismo nombre y protagonizado por Julia Roberts y Javier Bardem, ganadores del premio Óscar. A pesar de las encontradas visiones de la crítica, la respuesta del público también hizo de la película un portento, pues recogió más de 23 millones de dólares en taquilla en su primer fin de semana en cartelera y alcanzó un total de 206 millones de dólares alrededor del globo. La pasión por Comer, rezar, amar se salió de las salas de cine y suscitó millonarias ventas de más de 400 objetos de merchandising como joyas, relojes, té, muebles de inspiración indonesia, accesorios de bambú, entre otros, al tiempo que cadenas de almacenes como World Market abrieron en sus tiendas secciones expresamente dedicadas a estos productos. Ahora está por verse si tanto la escritora como algún director de Hollywood se animan a relatar en el celuloide este asombroso vuelco del destino por el que Elizabeth deja a su marido perfecto por su mejor amiga.

sábado, 10 de febrero de 2018

Aaron Cole & Shelly Johnson



Vio a su novio muy herido, e intentó lo imposible para salvarlo. El amor lo pudo todo.

Aaron Cole no podía decir no a una aventura, y su novia, Shelly Johnson, no podía negarse a acompañarlo. Se dirigían en su auto a través de New Hampshire hacia el Parque Estatal Baxter, en Maine, en un viaje de vacaciones, y ya se habían detenido a darse un chapuzón en un lago. Cuando vieron la cascada Silver, un salto de agua de 185 metros de altura enclavado en las montañas White, Aaron tuvo un solo pensamiento: Quiero escalarla.

Era un soleado día de agosto, y los jóvenes, ambos estudiantes universitarios, habían emprendido el viaje en traje de baño y sandalias. No tardaron en empezar a sortear las rocas a cada lado de la cascada. El ascenso no era un paseo: algunas paredes eran casi verticales y alcanzaban cinco metros de altura. Un sitio web de alpinismo advierte que las cascadas exigen “una combinación de pies firmes y nervios de acero”, y luego aconseja sin rodeos que no se intente escalarlas. Shelly, de 22 años, tenía experiencia como alpinista, pero aun así necesitaba la ayuda de Aaron, de 24. Y como sucede con la escalada en roca, con el terreno por delante claramente visible, subir es la parte más sencilla.

¿Y cómo vamos a bajar de aquí?, se preguntó Shelly de repente.

Unos 45 minutos después de haber iniciado el ascenso y ya cerca de la cima, Aaron decidió atravesar la cascada, en un punto donde el agua caía sobre rocas cubiertas de musgo.

—Por favor, no —le dijo Shelly. Pero conocía bien a su novio: mostrarse preocupada sólo lo acicatearía. Como no quería darle ese gusto, miró hacia el otro lado.

Segundos después, cuando se dio vuelta, vio que Aaron se había caído de espaldas y se deslizaba por la resbaladiza ladera. A cada instante se precipitaba con mayor velocidad, en dirección a una pared cortada a pico.

Shelly observó la escena por un momento, atónita, y luego reaccionó.

—¡Rueda hacia un costado! —le gritó a su novio, con la esperanza de que se apartara del agua lo suficiente para aferrarse a alguna de las rocas secas que había a los costados.

Pero Aaron no pudo agarrarse de nada. Ante la mirada de Shelly, se golpeó la cabeza contra una roca y el cuerpo se le aflojó. Luego cayó por la pared abrupta y desapareció.

Aaron y Shelly se conocieron cuando ella cursaba el último año de bachillerato en una escuela de Grass Lake, Michigan. Los padres de Aaron eran sus entrenadores: el papá, de atletismo, y la mamá, en el equipo de animadoras. Shelly y Aaron iniciaron una relación en la primavera siguiente, cuando, en una competencia de atletismo, el joven fue a ayudar a su padre como juez de salto con garrocha, una de las pruebas de Shelly.

En su primera cita salieron a andar a caballo y a pasear en un vehículo todoterreno bajo la luz de la luna llena. Su noviazgo continuó cuando ambos empezaron los estudios superiores, Shelly de enfermería, en la Universidad de Michigan, y Aaron de terapia del lenguaje, en la cercana Universidad de Michigan del Este. Y hacían viajes frecuentes para practicar el esquí acuático y en nieve con tabla, andar a caballo y acampar.

Shelly dice que siempre ha sido una relación feliz, excepto por una cosa: el gusto de Aaron por el peligro. “Hace cuatro años y medio que estamos juntos, y no recuerdo cuántas veces lo he llevado al hospital”, señala. “Él, en cambio, no ha tenido que llevarme a mí ni una sola vez”.

Shelly había visto a Aaron caerse de caballos y estrellar su tabla al esquiar en la nieve, pero esos percances no la prepararon para lo que iba a ver en la cascada Silver. Se arrastró hasta el borde de una saliente para asomarse, y vio a su novio unos tres metros más abajo, con el rostro sobre un charco. Se sacudía y retorcía, y el agua a su alrededor estaba teñida de sangre.

Shelly saltó al agua, y logró dar vuelta a Aaron y arrastrarlo hasta un lugar seco. Al ver que no respiraba, se inclinó y comenzó a darle respiración boca a boca, maniobra que había aprendido en un curso de primeros auxilios pero que nunca había aplicado en una situación real. A la cuarta bocanada de aire, Aaron escupió agua, y su pecho empezó a subir y bajar. Volvió en sí, pero sólo unos segundos.

Seguía respirando, así que Shelly examinó sus heridas. Tenía un cortadura sangrante y profunda entre la ceja izquierda y la sien; un chichón enorme en la nuca, y otra cortadura en un antebrazo. Con sus conocimientos de enfermería, la joven pudo interpretar más cosas de las que eran evidentes. Los ojos de Aaron se movían hacia los costados, y las pupilas, recuerda Shelly, eran “diminutas, como la punta de una birome”: señales típicas de traumatismo cerebral.

También se dio cuenta de que la herida en el antebrazo estaba muy cerca de la arteria radial. Si se la había cortado, tal vez moriría.

Los dos habían dejado sus teléfonos celulares en el auto, y no había nadie a la vista. Shelly sabía que estaba muy lejos de cualquier ayuda, así que se dio cuenta de que estaba ante un grave dilema. ¿Debía tratar de bajar a su novio por el escarpado sendero? Si tenía lesionada la médula espinal, moverlo podría paralizarlo. Pero si lo dejaba allí para ir a buscar ayuda, estaba segura de que se desangraría hasta morir. No puedo dejarlo aquí, concluyó.

Shelly sabía que debía vendarle las heridas, pero no tenía nada a la mano, salvo el bikini y el short negro que llevaba puestos. Se quitó el short y con él envolvió la cabeza de Aaron, a modo de torniquete. Luego miró la herida del brazo. “Entonces se me ocurrió usar la pieza superior del bikini”, dice. “En ningún momento pensé que alguien pudiera verme semidesnuda. Cuando estás en una situación así, haces lo que sea. También me habría quitado la pieza de abajo si hubiera sido necesario”.

Shelly aún no logra explicarse lo que sucedió después.

Ella mide 1,68 metros de estatura y pesa 52 kilos; su novio es 10 centímetros más alto que ella y pesa 73 kilos. Normalmente, no puede alzarlo ni unos cuantos segundos, pero con la descarga de adrenalina que había tenido, logró echarse los brazos de Aaron sobre los hombros, enderezarse para sujetarle las piernas y empezar a bajar por las rocas. Para descender por las paredes más inclinadas, pegaba el cuerpo a ellas y se deslizaba poco a poco, presionando la espalda con fuerza para no soltar a su novio. “Me daba terror que se me zafara de los brazos y cayera cuesta abajo”, recuerda.

“Quédate conmigo”, le decía una y otra vez a Aaron a medida que bajaba con él. “Quédate conmigo”.

De pronto gritó pidiendo ayuda, pero el estruendo de la cascada apagó su voz. Esto es como una pesadilla: grito pero nadie me oye, pensó. Al acercarse al pie de la montaña, a unos 800 metros del lugar donde Aaron había caído, Shelly vio a un grupo de personas en el sendero, junto a un estanque natural.

—¡Auxilio! —gritó.

Detrás del volante de su jeep Grand Cherokee, Vernon-John Gibbins manejaba por la solitaria ruta 302 de New Hampshire cuando un auto patrulla pasó zumbando junto a él y se detuvo al costado del camino. Gibbins, enfermero de terapia intensiva, se dirigía hacia el Campamento Cedar deMaine, donde pasa los veranos administrando el centro de salud.

Al ver que el policía iba corriendo hacia la cascada con un botiquín de primeros auxilios en la mano, detuvo su jeep y corrió a reunirse con el grupo que rodeaba a Aaron, quien estaba débil pero consciente.

—Vas a estar bien—le dijo Gibbins al joven luego de examinarle las heridas de la cabeza y el brazo.

Pero no estaba tan seguro. Uno de los excursionistas que estaban en el estanque había llamado al servicio de emergencias, pero no sabían cuánto tardaría en llegar una ambulancia. Entre tanto Shelly, que ya había sacado un vestido de su auto para cubrirse, seguía tranquilizando a su novio y comprimiéndole las heridas. Sin embargo, en cuestión de minutos, Aaron pasó de la calma y la coherencia (recordaba su nombre y que había sufrido un accidente mientras escalaba) a pelear con tres hombres, que tuvieron que inmovilizarlo contra el suelo. Gibbins reconoció en él señales de hemorragia interna en la cabeza, que ejerce presión sobre el cerebro y a veces causa confusión y agresividad en las víctimas.

Quince minutos después llegó un socorrista en una ambulancia, pero carecía de preparación para administrarle un sedante al joven, lo que era necesario para poder insertarle un tubo de respiración. No podía transportarlo sin el tubo porque había riesgo de que dejara de respirar en el camino. Entonces llamó a un paramédico para que lo ayudara.

A estas alturas, Aaron arrastraba las palabras y seguía dando puñetazos al aire. Pero aun así, cuenta Gibbins, la voz de su novia parecía calmarlo. Shelly se arrodilló junto a él, le tomó la mano, le acarició el pelo y le dijo:

—Te amo. Quédate quieto.

Al cabo de otros 15 minutos llegó la segunda ambulancia. El paramédico rápidamente le inyectó un sedante a Aaron y después le insertó el tubo laríngeo. Ya habían perdido tiempo valioso, así que, aunque el joven aún se sacudía, decidieron levantarlo y llevarlo a través de las rocas hasta la ambulancia.

Media hora después, se acercaban al Hospital de Littleton.

—Ya casi llegamos —gritó el conductor de la ambulancia.

Gracias a Dios, pensó Gibbins, que había acompañado a la pareja. Sin embargo, le preocupaba que el pequeño hospital no tuviera el equipo necesario para atender al herido.

Una vez en el hospital, llevaron al joven a la sala de guardia. Luego de revisarlo, los médicos solicitaron un helicóptero para trasladarlo al Centro Médico Dartmouth-Hitchcock, en Lebanon, a fin de que lo examinara un neurocirujano. Cuando Gibbins se miró al espejo en el baño de la sala de urgencias de Littleton, se dio cuenta de que estaba manchado de la cabeza a los pies con sangre de Aaron.

En el centro médico, Shelly pasó la noche durmiendo en un sofá en el cuarto de su novio. Cuando se despertó, de inmediato sintió los estragos del esfuerzo que había hecho el día anterior. “Soy corredora, y a menudo he quedado muy dolorida — dice—, pero esa mañana no podía moverme, literalmente”. Y estaba tan ronca que sólo podía susurrar. Al dolor físico se sumaba la angustia.

Los médicos mantuvieron a Aaron en coma inducido durante dos días con la esperanza de que cediera la inflamación cerebral. No sabían en qué condiciones estaría al despertar.

Cuando salió del coma, Shelly seguía a su lado. Un médico le pidió a Aaron que moviera los dedos de los pies, y él obedeció. Entonces su novia le hizo una señal con los dedos: alzó uno, luego cuatro y después tres; era su manera de decir “Te amo”.

Al ver la señal, Aaron alzó la mano y repitió la secuencia. Entonces Shelly soltó un respiro de alivio.

No fue la única. En cuanto Aaron pudo hablar, Shelly llamó al teléfono celular de Gibbins.

—Aquí hay alguien que te quiere saludar —le dijo.

Entonces Gibbins oyó la voz de un joven al otro lado de la línea.

—Hola, amigo —le dijo Aaron, y el enfermero se largó a llorar.

“Sé que algo me hizo estar en esa ruta en el momento preciso para poder ayudarlo”, señala Gibbins.

Aaronno sólo se libró de un daño cerebral, sino que se fue a su casa sin más huellas de lo ocurrido que cicatrices en el antebrazo, una pierna y la frente. No recuerda mucho de lo que pasó luego de resbalar en la cascada, pero sí se acuerda de que Shelly le pidió que no la atravesara. “Creo que después de esto seremos un poco más cautelosos”, dice. “Ya no quiero ser tan temerario”.

Shelly confía en que, en el futuro, cuando le diga a Aaron que no haga algo, él la escuche. No se explica cómo bajó a su novio de la montaña: “Por más que lo pienso, no tengo la menor idea de cómo lo hice. Definitivamente, siento que existe un poder conmucha más fuerza que la mía”.