viernes, 30 de junio de 2017

Georgiana Cavendish & Charles Grey



La vida de Georgiana Cavendish estuvo marcada por los excesos en el juego y en el lujo. Fue una mujer atrapada en un mundo de convenciones estrictas del que, aunque lo intentó, no pudo escapar. Casada por conveniencia con el duque de Devonshire, Georgiana sufrió al no poder dar un heredero varón, un niño que tardó años en llegar y sumieron a la duquesa en una vorágine de alcohol y medicamentos. 

Su amistad con Lady Elizabeth Foster, terminó convirtiéndose en una relación a tres con el duque, quien la hizo su amante y la acogió en su casa junto a sus hijos. Pero mientras él podía tener a su amante, a Georgiana se le castigó su intento de mantener un idilio con Charles Grey, con el que llegó a tener una hija ilegítima. Al margen de su turbulenta vida privada, Georgiana Cavendish fue un icono de la moda y una activa defensora del partido liberal. Entre sus descendientes más conocidos se encuentra la desaparecida Diana de Gales.

Georgiana Spencer nació el 7 de junio de 1757 en Althorp, Northamptonshire. Era la hija mayor del conde John Spencer y su esposa Margaret Georgiana Poyntz, quien tuvo verdadera pasión por su hija mayor, en detrimento de sus dos hermanos pequeños, Henrietta y George.

El día que Georgiana cumplía diecisiete años, se casaba con William Cavendish, quinto duque de Devonshire. De ella solamente se esperaba que fuera una esposa sumisa y que diera pronto un heredero al duque. Pero la duquesa dio a luz a dos niñas y sufrió varios abortos antes de poder dar a su esposo el ansiado heredero y futuro sexto duque de Devonshire. Una presión que Georgiana intentó mitigar ingiriendo grandes cantidades de calmantes y abusando de la bebida. Además de sus hijos, tuvo también que soportar la presencia de una hija bastarda del duque habida antes de concebir a los suyos propios.

Mientras tanto la duquesa de Devonshire tenía que mostrarse a la sociedad que la adulaba como una gran dama de la aristocracia inglesa. Su pasión por la moda y sus gustos por los altísimos e imposibles tocados, la convirtieron en un referente para el resto damas que corrían a emular su último modelo. En las reuniones, fiestas y bailes que tenían lugar en Londres, además de pasar largas horas ante la mesa de juego, Georgiana empezó a interesarse por la política e inició una campaña pública en favor del candidato del partido de los Whigs al parlamento, Charles James Fox. El hecho de que una mujer en pleno siglo XVIII, cuando aún no había estallado la Revolución Francesa y los derechos de las mujeres estaban a años luz de visualizarse en el panorama político, quisiera inmiscuirse en asuntos masculinos, fue objeto de burlas y comentarios humorísticos llegando a afirmar que la duquesa vendía sus besos a cambio de votos.

En 1782, cuando los duques no habían concebido aún ningún hijo, se trasladaron a pasar unos días al balneario de Bath donde Georgiana inició una amistad con Lady Elizabeth Foster a quien acogió en su propio hogar. Al poco tiempo, entre ellas y el duque se inició una extraña situación en la que Bess, como la conocían cariñosamente, se convirtió en la mejor amiga de Georgiana y en amante de William. La duquesa tuvo que asumir aquella situación y aprovechó la coyuntura para iniciar ella también sus propios idilios. En 1791, un año después de haber dado a luz al ansiado heredero de Devonshire, la duquesa inició una relación con el político Charles Grey. De aquella relación nacería Eliza, una hija ilegítima a la que su marido obligó a dejar en manos de la familia Grey.

Georgiana tuvo que aceptar la hipocresía social que asumía que los hombres tuvieran amantes mientras que las mujeres debían ser esposas fieles. Años después empezó a sufrir fuertes migrañas y su ojo derecho empezó a hincharse muy posiblemente a causa de un tumor que le provocó la pérdida de la visión. Pero más le afectó la deformación que sufrió su rostro que la obligó a permanecer alejada de la vida social que la había hecho famosa. Su salud se degradó rápidamente hasta que el 30 de marzo de 1806 fallecía a los cuarenta y ocho años de edad.

Atrás dejaba una gran cantidad de deudas provocadas por su ilimitada afición al juego. De ella nos han quedado un sinfín de retratos hechos por ilustradores anónimos y por pintores de prestigio como Thomas Gainsborough y Joshua Reynolds.



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