martes, 31 de mayo de 2016

Francisco "Pancho" Ramírez y la Delfina



El fue un líder indiscutido en Entre Ríos, donde lo llamaban El Supremo. Los orígenes de ella eran tan inciertos como seguras su valentía, su belleza y su audacia. Vivieron un romance en el que no faltó ninguno de los ingredientes propios de los grandes mitos pasionales, incluida la muerte trágica del héroe.

Es 28 de junio de 1839: un día de invierno en Arroyo de la China (actual Concepción del Uruguay). Acaso es también un día de fiesta (aunque amarga y secreta) para Norberta Calvento, la señorita cuarentona que oye, desde la sala, el paso demorado de un ataúd. Sus ropas de luto no se deben por cierto a la muerta reciente que transita sobre la calle despareja. Desde hace dieciocho años, viste de negro por un hombre que le pertenecía y que esa muerta próxima supo robarle con descaro. Ahora tiene el consuelo de ver pasar, como reza el proverbio árabe, el cadáver de su enemiga. Tampoco ésa, la extranjera, ha tenido derecho, ni legal ni celestial, a llamarse viuda. "¿Pero es que le habría importado eso a la manceba?", se tortura Norberta. Las noticias del día siguiente la desalientan por completo. La Delfina ha muerto a solas, anticipándose al tango, "sin confesión y sin Dios, crucificada a su pena, como abrazada a un rencor". Nada debió de inquietarle la bendición de un fraile a la que se animaba a presentarse ante el Supremo de los Supremos tan arrogante y desnuda de toda protección como se había presentado una vez ante el Supremo Entrerriano. Si algo faltaba para cerrar el círculo de un melodrama ejemplar, la misma Norberta se encargaría de proveerlo años más tarde, cuando, por su expreso pedido, sería amortajada con el traje de bodas cosido en vano para su casamiento.


Pocas historias cumplen, en efecto, los requisitos de la pasión romántica con la perfección del ya legendario amor entre el caudillo Francisco Ramírez y su cautiva portuguesa, por todos conocida como La Delfina. Hay un héroe indiscutido (Ramírez) que, como deben hacerlo los amados de los dioses, muere joven; hay una mujer fatal (Delfina), tan bella como enigmática, que lo lleva involuntariamente a la muerte. No faltan dos personajes secundarios que completan el episodio: una víctima inocente de la gran pasión (Norberta, la novia abandonada) y un presunto traidor al héroe, por ambición y celos (el entonces coronel Lucio Norberto Mansilla). Se trata de un amor entre enemigos, y también entre un Príncipe y una Cenicienta. Un amor que ignora bandos y jerarquías, que rompe convenciones, que lleva su desafío hasta el último extremo.

El héroe. Ramírez era hijo de familia decente, de recursos. Su padre, Juan Gregorio, paraguayo, marino fluvial y propietario rural; su madre, Tadea Florentina Jordán, nativa de la provincia, dueña también de algunos campos. Leandro Ruiz Moreno sostiene que por la rama paterna se hallaba emparentado con el marqués de Salinas, y por la materna, con el virrey Vértiz y Salcedo. Más allá de estos encumbrados antecedentes, lo cierto es que Francisco Ramírez fue ante todo hijo sobresaliente de sus propios actos. Pasado ya el furioso fervor liberal y porteño contra los caudillos provincianos, que animó, entre otros, los textos de Vicente Fidel López, bien pueden verse hoy en esos actos también virtudes cívicas y civilizadoras no reconocidas antes, como ocurre con la ley de enseñanza primaria obligatoria, la fundación de escuelas, los avances en la institucionalización política de la Mesopotamia argentina.


Pero para la construcción de su mito no son tales aportes, sin duda encomiables, los que cuentan. Desde su temprana actuación, a los veinticuatro años, como chasqui de la Independencia, en los albores de la Revolución de Mayo, lo que distingue a Ramírez entre otros es su clarividente valentía y la suerte prodigiosa que acompaña sus empresas. Sabe disciplinar a los propios, emboscar y sorprender a los ajenos. Es él quien arrea todo el ganado que encuentra al paso, y se acerca a Buenos Aires, envuelto en polvo, fragores y bramidos, desconcertante, temible, sin que se sepa cuántos hombres comanda realmente. Es él quien ordena el cruce del Paraná, de noche, y hace nadar a los soldados gauchos asidos a la cola de los caballos para tomar, al día siguiente, la ciudad de Coronda. El, también, quien vence siempre, aun con tropas diezmadas; quien confunde el sendero del enemigo, o lo apabulla con un coraje ostentoso, hasta la última y definitiva batalla, que será también su primera derrota.

Cuando conoce a Delfina aún es aliado del santafecino Estanislao López y de Gervasio Artigas, en contra del Brasil y de Buenos Aires. Después de ganar en Cañada de Cepeda, en 1820, López y Ramírez entran en la ciudad del Puerto, pero no abusan de su triunfo. Su escolta es reducida y no se muestran proclives a la exhibición afrentosa ni a las indiscriminadas represalias (Ramírez acaba de perdonarle la vida a su primer jefe, el director supremo Rondeau, a quien descubre oculto en unos pajonales). Su único gesto de barbarie (o, simplemente, de afirmación victoriosa) es atar sus caballos a las rejas de la Pirámide de Mayo. Suscriben, con Buenos Aires, el Tratado del Pilar, a costa, para Ramírez, de un nuevo enemigo: Artigas, que le declara la guerra por no haber sido consultado a tal efecto.


Aunque el caudillo oriental sale perdedor en la contienda, pronto el entrerriano se encontrará completamente solo: en 1821, roto el Tratado del Pilar, López pacta con Buenos Aires, que ya tiene otros gobernantes. Podría decirse, sin embargo, que la soledad de Ramírez es la de la gloria, o la que le decreta la envidia de sus rivales. Por un abrumador plebiscito, Don Pancho es consagrado gobernador supremo de la República Entrerriana, que reúne las actuales Entre Ríos, Corrientes y Misiones. ¿Un reino propio, como aventura el poeta Enrique Molina? Sólo en algunas exterioridades fastuosas, porque El Supremo piensa en constituciones modernas, sin monarcas. Esto no le impide entrar en Corrientes con esplendor: bien vestidos (ha mandado hacer uniformes para todos sus hombres en Buenos Aires) él, los suyos y La Delfina, que gasta traje de oficial y chambergo con la misma pluma de avestruz que rubrica el escudo de la nueva república. En las galas de sociedad Delfina, no obstante, sabrá cambiar el chambergo por las flores y la peineta, y el sable por el abanico. Luego, en el campamento de La Bajada, donde habrá bailes, títeres, juegos de naipes, riña de gallos, carreras y hasta corridas de toros, dejará el abanico por la guitarra en la que -dicen- es diestra. Hacen bien en multiplicar expansiones y dispendios. Aún no lo saben, pero a su pasión pública le quedan pocas horas de fiesta.


La mujer fatal. La Delfina es un personaje definido mucho más por las incertidumbres que por las certezas. Ni siquiera se sabe si Delfina corresponde a un nombre o a un apellido (se la ha llamado también María Delfina). Su origen familiar, su posición social, han sido objeto de fluctuaciones similares: si unos la creen hija bastarda de un virrey brasileño, otros la suponen humilde recogida por una familia estanciera. Hay quien dice que marchó a la campaña contra Artigas siguiendo, fraternalmente, a un miembro de esa misma familia, mientras que otras voces menos corteses la toman por ramera, o la hacen amante de algún oficialito. Hasta su belleza (de consenso indudable) está signada por lo impreciso. Como ocurre con Francisco Ramírez, nadie sabe a ciencia cierta si fue rubia o morena, blanca o mestiza. Alguno (el poeta Molina) le atribuye voz de sirena criolla y destrezas musicales. No se sabe si alcanzó también el desahogo de expresarse en letra escrita. Criada en el campo, en Rio Grande do Sul, acaso ni siquiera haya cursado la enseñanza primaria, la única que se les impartía incluso a los varones, aunque fuesen hijos de familias acomodadas, como el propio Ramírez.

Otro rasgo de La Delfina es indiscutible: era una mujer valiente de puertas afuera (porque también hubo muchas y anónimas guerreras domésticas que en las más duras adversidades sostuvieron, ellas solas, sus familias). Su valor era llamativo, exhibicionista. Amaba los uniformes vedados a su sexo y los lucía, según parece, con gallardía inolvidable. No eran sólo una forma elegante de travestismo, sino verdadera ropa de trabajo: acompañó a su Pancho como coronela del ejército federal en todas las batallas, aunque esa dulce compañía le significó a su amante la muerte. Delfina aparece en este sentido como contrafigura de otra guerrera: doña Victoria Romero de Peñaloza, más eficaz que ella en las lides militares, y que por salvar (con éxito) a su marido, el Chacho, recibió la herida en la frente inmortalizada por la copla popular.


¿Por qué, siendo su cautiva y virtual esclava, se enamoró de Ramírez, y por qué éste, dueño todopoderoso, la convirtió en reina sin corona? Mucho se ha escrito sobre el estado de cautiverio femenino: crónico y también fundacional en la especie humana, donde el sexo, con el extraordinario poder de gestar y reproducir (y por ello reducido a la subordinación y el control), fue siempre botín de las guerras y prenda de las alianzas. Susana Silvestre, en su biografía amorosa de la singular pareja, dedica páginas lúcidas a la historia de las cautivas rioplatenses, mediadoras, con su cuerpo, entre dos mundos. Podemos suponer que a ella no le fue difícil dejarse encantar por Ramírez, hombre joven, en el cenit de sus talentos y de su buena estrella, cuyo carácter "despejado y audaz, amplio y prestigioso", con "algo de artista", es reconocido incluso por Vicente F. López. Las prendas personales del caudillo y la oportunidad de un fulgurante ascenso hacia el poder y la gloria, marchando y mandando a su lado como si fuera un hombre, debieron de mezclársele en una irrestistible combinación afrodisíaca. Y Ramírez, ¿qué vio en Delfina? Para que una modesta cuartelera presa lograra encadenar a un varón que podía disponer de todas las mujeres, y hacerle olvidar sus serios compromisos matrimoniales con la hermana de un amigo íntimo, debió de ser algo más que un cuerpo atractivo y una sensualidad bien dispuesta. Dulzura (la de la música, la de su lengua madre) habría, sin duda, en ella; no la pasividad o la excesiva facilidad, que matan el deseo. Cautiva, pero brava seductora; sin remilgos, aunque orgullosa en su indefensión, seguramente supo darse exigiendo, y ganó la batalla con Ramírez desde el primer encuentro, cuando el placer total, correspondido, borró la asimetría entre vencedor y vencida, y los dos fueron, uno del otro, prisioneros.


El traidor. En todo humano paraíso hay una serpiente, y ese papel parece tocarle aquí a don Lucio Norberto Mansilla, futuro padre de Eduarda y de Lucio V., entonces un joven coronel porteño con mundana cultura y sólidos conocimientos técnicos que puso, durante un tiempo, al servicio de Ramírez. Horacio Salduna, biógrafo del Supremo Entrerriano, le achaca a Mansilla la responsabilidad mediata de su catastrófico final.

Los dos hombres habían entrado en contacto durante las hostilidades entre Artigas y Ramírez, después de 1820. Mansilla colabora con sus trescientos cívicos y queda sellada una amistad marcial que no será duradera. Cuando Buenos Aires y López se vuelven contra Ramírez, que prepara -nada menos- una gran campaña con el fin de recuperar el territorio paraguayo para la Argentina, Mansilla se echa atrás, argumentando que no desenvainará la espada contra su ciudad de nacimiento. Ramírez acepta esta disculpa plausible, aunque le solicita que al menos conduzca a la infantería desde Corrientes hasta Paraná. Mansilla acata, pero no cumple. Su defección priva a Ramírez de las fuerzas imprescindibles para enfrentar a López, a Bustos y a Lamadrid y lo precipita hacia la ruina.


Salduna considera premeditada la traición de Mansilla, que se habría comportado desde el comienzo como infiltrado porteño. Buenos Aires y Santa Fe lo ayudarán, luego de la muerte de Ramírez, a coronar ambiciones personales con el cargo de gobernador de Entre Ríos. A la codicia política se habría sumado otra de distinto orden: Mansilla deseaba, también, los favores de La Delfina, como lo prueba la correspondencia intercambiada con el comandante Barrenechea, al que, ya desaparecido Ramírez, envía -inútilmente- como celestino.

El final: los testimonios próximos al hecho y la memoria popular sostuvieron siempre que Francisco Ramírez murió en el intento de salvar a Delfina de la partida enemiga que la había echado en tierra y comenzaba a desnudarla. Aunque hubo intentos de atribuir su muerte a otros motivos, se han desacreditado detalladamente estas pretensiones.


Después de que muriera, Ramírez fue decapitado y su cabeza, embalsamada, conoció en Santa Fe el escarnio público. Su amada logró volver a Arroyo de la China, donde lo sobrevivió por dieciocho años. Susana Poujol (La Delfina, una pasión) la imagina prisionera (al final, voluntaria) de la novia olvidada, Norberta Calvento, unidas ambas por el recuerdo y la soledad. Quizá no estuvo tan sola; después de todo (la carta de Barrenechea a Mansilla hace suponer que la cercaba, al menos, un cortejante), pero no se casó ni engendró hijos, y no intentó, tampoco, volver a su tierra natal.

Tal vez en toda esta historia de amor y muerte haya una insospechada ganadora encubierta: Norberta, cuyo deseo, por incumplido, nunca pudo gastarse. Como la Magdalena de El ilustre amor (Mujica Lainez), también, acaso, llegó a la tumba como un ídolo fascinador, envuelta en el vestido blanco de la única que pudo llamarse novia del Supremo Entrerriano.


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lunes, 30 de mayo de 2016

Ines de Castro y Pedro de Portugal



La terrible historia de D. Pedro y Dª Inés, a bela garça, transcurrió en el convulso Portugal de principios del Siglo XIV. Sólo aspiraban a amarse, pero la fatalidad los hizo protagonistas y víctimas de la compleja política ibérica; en aquel tiempo aún más confusa por la implicación de los reinos peninsulares en la guerra de los Cien Años, comenzada en 1337.

En seis siglos, es probable que, con ánimo de embellecerla, la historia haya incorporado alguna escena de dudosa veracidad. Pero el cuerpo principal del romance está documentado con rigor, resultando tan estremecedor, que no necesitaría adorno alguno para transmitir tal halo de tragedia que la convierte en incomparable.

PRINCIPALES PERSONAJES

Dª Inés de Castro (1320 -1355): La heroína de nuestro relato.

Nacida en la comarca de Limia, en la actual provincia de Orense, tierras de la profunda Galicia. Hija natural de Pedro Fernández de Castro y Aldonza Soares de Valladares; su destino estuvo en gran parte marcado por los orígenes familiares. Al ser biznieta de Sancho IV de Castilla, resultaba prima segunda de Pedro I. Sus dos hermanastros, hijos legítimos del padre, participan en numerosas revueltas palaciegas que influyeron en el desenlace fatal.


Queda huérfana de madre siendo muy niña, fue enviada al castillo de Peñafiel (Valladolid), donde creció en compañía de Constanza Manuel, destinada a ser su dama de compañía. En tal desempeño escolta a su señora y amiga a la corte lusitana donde debe reunirse con su marido, el príncipe Pedro.

El Príncipe heredero, D. Pedro (1320 – 1367): ¿Héroe o villano? No es fácil discernir; la Historia lo recuerda con los apelativos de “El Cruel” y también “El Justiciero”.


En 1329 se pactó sus esponsales con la princesa Blanca de Castilla; la unión nunca se consumó, al parece por impedimento físico y mental de la novia y el vínculo fue anulado. En 1334 se acuerda una nueva boda con Dª Constanza Manuel. Nadie podía imaginar el trágico desenlace de la unión.

El Rey de Portugal, D. Alfonso IV, “El Bravo” (1290 – 1357). El malvado del romance. Dueño de vidas y haciendas no vacila en eliminar cuanto se interpone en sus deseos.


Hijo de D. Dinis y la reina Santa Isabel. Casó con la infanta Dª Beatriz, hija del rey Sancho IV de Castilla. De temperamento belicoso, las crónicas lo muestran en continuo enfrentamiento con padre, hermanos y hermanastros; con la vecina Castilla mantuvo innumerables guerras. Según los usos de la época, la consiguiente “paz perpetua” era sellada con bodas reales. Además de la propia, los dos casamientos que concertó para su heredero, fueron con sendas nobles castellanas.

La Princesa Constanza Manuel (1318 – 1349): Víctima inocente de la fatalidad. A pesar de intentarlo, no pudo evitar la infidelidad de su marido.


Segunda esposa de D. Pedro. Cuando sólo contaba cuatro años, su padre, el Infante D. Juan Manuel II, intentó convenir su casamiento con el rey de Castilla, Alfonso XI; fracasado en su ambición, vuelve la mirada hacia el entonces príncipe Pedro de Portugal, esta vez con éxito. La boda se realiza por poderes y cuatro años más tarde marcha a Lisboa a reunirse con su marido, propiciando de manera inocente el drama que nos ocupa.


La historia de amor

El desastre comienza a gestarse alrededor del año 1338, fecha en que la comitiva nupcial de Dª Constanza Manuel hace su entrada en la corte lusitana. La ceremonia religiosa se celebra en la Catedral de Lisboa, oficiada por el propio Arzobispo, con la pompa que exige el rango social de los contrayentes.

Las crónicas narran que, ya en el primer encuentro, D. Pedro quedó prendado de Dª Inés, a quien describen como: “bellísima, de esbelto cuerpo, ojos claros y colo de garça”. No se conoce con exactitud cuando nació la pasión entre ambos jóvenes, pero debió ser con relativa presteza. Lo confirmaría una anécdota ocurrida en 1343. Constanza urde una estratagema para separar a los enamorados; designa a Inés madrina del recién nacido infante D. Luis, confiando en que el parentesco espiritual así adquirido indujese a los amantes a poner término a la relación. No se sabe si el artificio surtió efecto, la fortuna, una vez más, se muestra esquiva con la princesa. El infante muere a los pocos meses y el romance continúa.


Ante el giro de los acontecimientos, el rey decide actuar con energía. Destierra a Inés de Portugal, confiando en que la separación física de los amantes mitigue su ardor. La maniobra surte poco efecto. En espera de tiempos mejores, de acuerdo con D. Pedro, la novia busca refugio en el castillo de Albuquerque, pequeña localidad extremeña a la vista de la frontera portuguesa.

En Octubre de 1345, muere la infortunada Constanza al dar a luz al Infante D. Fernando. La viudedad del príncipe elimina gran parte de las razones de escándalo aducidas por los contrarios al idilio, circunstancia que D. Pedro aprovecha de inmediato. En contra de la voluntad real, rescata a Dª. Inés del exilio; la pareja marcha a vivir lejos de la corte, al norte de Portugal, allí nacieron sus cuatro hijos, los Infantes D. Alfonso (muerto aún niño), D. João, D. Dinis y Dª. Beatriz. Mas adelante, ante la aparente calma de la situación, retornan a Coimbra, yendo a vivir en la vecindad del Convento de Santa Clara, en una finca situada en las laderas del valle que baña el río Mondego. En recuerdo de los sucesos que narramos, el solar se donde se asentaba es llamado “Quinta das lágrimas” (¿Algún idioma iguala al portugués en poner nombre al hado?)


En esta época feliz el príncipe se alejó de la política, de la corte y de sus obligaciones de heredero. Pero pronto, la apacible vida de los amantes se verá turbada por causas a las que desearían permanecer ajenas. Un sinfín de circunstancias confluyen para sellar el destino fatal de nuestra protagonista.

• En primer lugar se encuentra la cuestión dinástica: Alfonso IV intenta varias veces organizar para su hijo una tercera boda con princesa de sangre real, pero Pedro rechaza tomar otra mujer que no sea Inés. El único hijo legítimo de Pedro, el futuro rey Fernando I de Portugal, se mostraba un niño frágil, mientras que los bastardos de Inés prometían llegar a la edad adulta. Si el infante muriese, sin duda reclamarían derechos a la corona, sumergiendo al reino en nuevas calamidades.


• En segundo término hallamos la complicada situación política: Los reinos peninsulares se han convertido en campo de batalla diplomática, donde Inglaterra y Francia, enfrentados en su interminable guerra, tratan de atraerlos a su bando. Las diputas internacionales entremezcladas con las propias luchas dinásticas, justifican el apelativo de “época turbulenta”. D. Fernando y D. Álvaro Pires de Castro, hermanastros de Dª Inés, aparentan un progresivo ascendiente sobre el príncipe, induciéndolo a inclinar su política hacia Castilla, donde llega a presentar su candidatura al trono.

El Rey aunque preocupado por las implicaciones políticas que conlleva la influencia de la familia Castro, es en particular sensible el riesgo de futuros conflictos civiles enfrentando hijos legítimos con bastardos, moneda de cambio en la época. La reiterada negativa del príncipe a contraer nuevo matrimonio real no contribuye a ahuyentar los temores. Dª Inés es un obstáculo en apariencia infranqueable. Parecería que sólo la muerte podría separar a los enamorados.


¿La muerte? No es obstáculo insalvable. En consejo celebrado en el palacio de Montemor-o-Velho D. Alfonso presta su conformidad al asesinato de la infortunada enamorada. La sentencia se ejecutará en la propia residencia de la pareja en Coimbra, aprovechando alguna ausencia de D. Pedro, muy aficionado a la caza.

Llegados a este punto, las versiones discrepan sobre la secuencia de los hechos, la más enternecedora afirma que el rey manda llamar a Dª Inés para comunicarle la sentencia fatal. Ella acude acompañada de sus cuatro hijos. El gran Luis Camões en la estrofa 127 del canto III de “Os Lusíadas” narra así la petición de clemencia de Dª Inés:

Ó tu, que tens de humano o gesto e o peito

(Se de humano é matar hûa donzela,

Fraca e sem força, só por ter sujeito

O coração a quem soube vencê-la), A estas criancinhas tem respeito,

Pois o não tens à morte escura dela;

Mova-te a piedade sua e minha,

Pois te não move a culpa que não tinha.




¿Las súplicas surtieron efecto? En principio así lo parece, el rey autoriza el regreso de Inés a su residencia; pero de inmediato cambia de parecer y ordena a tres cortesanos cumplir la sentencia. Otras crónicas no recogen esta entrevista; el veredicto se ejecuta nada más pronunciado.

Existiese o no la audiencia real, todas las versiones coinciden en la continuación: Pero Coelho, Álvaro Gonçalves y Diego López Pacheco se dirigen al Monasterio de Santa Clara, próximo a la “Quinta das lágrimas”, que alojaba a Inés y sus hijos en la ausencia de D. Pedro. En el jardín, en presencia de los niños, la degüellan sin piedad. Era el 7 de Enero de 1355.

La Venganza

La desaparición de Inés no propició la esperada tranquilidad. De inmediato D. Pedro culpa a su padre del asesinato. En unión de los Castro, agrupa en torno suyo una facción de la nobleza y encabeza una revuelta contra el Rey. Los sublevados llegan a poner sitio a Oporto, pero antes de que las aguas salgan por completo de cauce, la reina Dª Beatriz interviene entre los contendientes, logrando, sino la reconciliación, al menos la paz, que se formaliza el 15 de Agosto del mismo año en Canaveses. Por este acuerdo, el rey delega una parte importante de sus responsabilidades en el heredero, quien, a cambio, depone las armas, promete olvidar el pasado y perdonar a todos los implicados en la conjura que acabó con la vida de Dª Inés.


El comportamiento de D. Pedro, en contra de la leyenda que trata de mostrarlo desconsolado, es bastante contradictorio. La revuelta contra el padre, principal responsable del crimen, no parece muy convincente; en tan solo ocho meses aplaca su ira hasta el punto de llegar a un acuerdo favorable para sus aspiraciones de poder. En 1356, apenas un año después del crimen, Dª Teresa Lourenço le da un nuevo hijo, el futuro João I, vencedor de los castellanos en la batalla de Aljubarrota e instaurador de la dinastía Aviz: es el auténtico superviviente de toda la trama

En 1357 muere Alfonso IV, el heredero pasa a ceñir la corona y da comienzo una venganza, tan cruel, que ha pasado a los anales.

Los asesinos de Inés, por consejo del rey moribundo, buen conocedor de su hijo, se habían exilado a Castilla. D. Pedro negocia con el rey castellano – que por capricho del destino tiene igual nombre y apodo, Pedro I, “El Cruel” o “El Justiciero” y también arrastra una amplia historia de pasiones – intercambiar los tres verdugos por algunos refugiados en Portugal. Como no podía ser menos, los reyes llegan a un acuerdo, Pero Coelho y Álvaro Gonçalves son devueltos a Portugal; Diego Lopes Pacheco, más afortunado, consigue cruzar a tiempo la frontera con Aragón y de allí pasa a Francia, donde se pierde su rastro.


La venganza fue consumada en el palacio de Santarém en presencia de otros cortesanos. D. Pedro mandó preparar un espléndido banquete de ceremonia mientras las víctimas eran amarradas a sendos postes de suplicio y torturados con toda crueldad. Luego, mientras comía con parsimonia, (e bebe o seu vinho tinto, según las crónicas portuguesas) ordenó al verdugo arrancarles el corazón: a Gonçalves por la espalda y a Coelho por el pecho. Por último, insatisfecho con el tremenda martirio, aún tuvo ira suficiente para morder aquellos corazones, que para él, por siempre serían malditos .

El Mito

En 1360, el ya rey Pedro I realizó en presencia de la corte la famosa declaración de Cantanhede, jurando que un año antes de la muerte de Inés ambos habían contraído matrimonio secreto. De esta forma ella alcanzaba el rango de reina y se legitimaban los hijos habidos en aquella unión. Los historiadores dudan de que la boda se hubiese podido celebrar; los contrayentes eran primos, para que el matrimonio fuese válido debían solicitar bula papal, documento imprescindible, de cuya existencia no se tiene prueba alguna.


D. Pedro, no muy dado a sutilezas legales, actuó acorde a su juramento. En el Monasterio de Alcobaça, sede de la mayor iglesia portuguesa, ordeno esculpir un túmulo funerario para Inés. Cuando estuvo finalizado, ordeno el solemne traslado de los restos desde Coimbra hasta la nueva sepultura. La lúgubre comitiva que trasportaba el cadáver, enlutada con todo rigor, era encabezada por el propio rey acompañado por prelados, cortesanos y burgueses. En el camino, el pueblo llano era obligado a salir a su paso, llorando y rezando por el alma de la fallecida.

Prosigue la leyenda. Una vez llegados a la corte, destino final de la comitiva, el cadáver se engalanó con vestimentas reales y sentado en el trono, todos los nobles fueron obligados a prestarle homenaje como reina de Portugal, besando su mano en señal de fidelidad y vasallaje. Por último, se depositó con enorme protocolo en el bello sepulcro tallado para ella.


La crónica moderna duda que la macabra ceremonia tuviese lugar; entonces ¿Cómo se explica el arraigo de la leyenda? Quizá, el dramatismo de la escena es tan intenso, que ha impresionado la imaginación popular hasta el extremo de convertirla en el núcleo central del mito de nuestra heroína, la desgraciada Inés de Castro ¡REINÓ DESPUÉS DE MORIR!

La última escena, en mi opinión la más hermosa, sucede siete años más tarde. Antes de morir el rey encarga tallar para él, otro túmulo funerario en el mismo estilo que el anterior de Inés; ambos tenían que ser colocados pies contra pies para que, el día de juicio, al despertar, lo primero que viese cada amante, con sus miradas cruzadas frente a frente, fuese la figura del otro, Ambas sepulturas, de estilo gótico, pueden admirarse en el Monasterio de Alcobaça. Se consideran los más bellos ejemplares del arte funerario portugués.


La última escena, en mi opinión la más hermosa, sucede siete años más tarde. Antes de morir el rey encarga tallar para él, otro túmulo funerario en el mismo estilo que el anterior de Inés; ambos tenían que ser colocados pies contra pies para que, el día de juicio, al despertar, lo primero que viese cada amante, con sus miradas cruzadas frente a frente, fuese la figura del otro, Ambas sepulturas, de estilo gótico, pueden admirarse en el Monasterio de Alcobaça. Se consideran los más bellos ejemplares del arte funerario portugués.


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domingo, 29 de mayo de 2016

Napoleón Bonaparte y Josefina de Beauharnais



Esta pareja fue polémica, ya que ella se quitó 5 años y el se añadió 1 al momento de la boda, pero no solo fue eso, sino que firmaron un contrato matrimonial con separación de bienes, que al parecer resulto ser fantasioso, ya que Josefina poseía solo lo que llevaba puesto y Napoleón no tenía fortuna. A pesar de su contrato matrimonial, la colmó de bienes.


Josefina de Beauharnais, quien siendo una viuda alegre y descarada, y madre de un chico de catorce años. Napoleón se enamoró locamente de ella a primera vista. Josefina era una mujer apasionada y sensual. Sin embargo, Napoleón se las arregló para tenerla esperando dos horas el día de su boda. Era muy promiscua, y todo el mundo se rió de Napoleón cuando él "quiso pagar por lo que todos obtenían gratis "al casarse con ella. Pese a su matrimonio, Josefina continuó una vida frívola y en las constantes ausencias de Napoleón cuando su mando en el Ejército de Italia, aprovechó para mantener amantes. Este comportamiento motivó que Napoleón tuviera otras amantes, algunas de las cuales eran damas de compañía de Josefina cuando Napoleón había escalado a la cumbre del poder político.


A pesar de haberla coronado emperatriz, cuando tuvo que escoger entre el amor y la sucesión de su monarquía, Napoleón dejó a Josefina. La ausencia de herederos y las infidelidades hicieron que Napoleón se divorciara de ella para casarse con una mujer de sangre real, Mª Luisa de Habsburgo, con la cual esperaba fundar una dinastía. Pero no fue así. Cuatro años más tarde fue enviado al exilio. Su esposa real no le acompañó; su imperio y amor se hicieron pedazos.


"No pido amor ni fidelidad eternos, únicamente... la verdad, una franqueza ilimitada. El día que me digas -te amo menos- será el último día de mi amor o el último de mi vida."


Una carta apasionante y llena de reproches, escrita por Napoleón el 8 de junio de 1796 y enviada desde Milán a París, a su esposa Josefina, fue sacada a subasta en Moscú.


La propietaria del documento afirma que la carta había pertenecido a su abuelo y a su padre, quien se la regaló el día de la boda deseándole un amor tan apasionante como el que se respira entre las líneas napoleónicas.


NAPOLEÓN Y JOSEFINA.

Napoleón declaró en alguna ocasión haber estado locamente enamorado en su juventud de la que sería su esposa, Josefina Beauharnais, de quien no dudaría, años después, en divorciarse para contraer nuevo matrimonio con María Luisa de Austria, miembro de uno de los linajes más antiguos de Europa, con quien deseaba tener un heredero para su noble estirpe recién estrenada. El año 1810, el de su enlace con María Luisa, marcó el cenit napoleónico.


JOSEFINA.

Marie-Josèphe Tascher De la Pagerie, hija del conde de Tascher de la Pagerie, capitán de la marina real, nació el 23 de Junio de 1763. Contrajo matrimonio con el vizconde Alejandro de Beauharnais a los quince años, fruto de cuya unión nacieron Eugenio y Hortensia. Condenado a muerte su esposo en 1794, fue encarcelada, pudiendo salir de prisión gracias a Tallien y al director Barrás.


Un buen día, su hijo Eugenio tuvo el valor de reclamar la espada de su padre al alcalde de París, Napoleón. Así se conocieron.

Como no le agradaba el nombre Joséphe (Josefa) lo alargó y suavizó, convirtiéndolo en Josefina.

En Paris circulaba el rumor de que Josefina era amante del Director Paúl Barrás. Cuando Napoleón se enteró, comenzó a alejarse de su amiga y concentró su atención en tareas militares. Josefina le mandó este mensaje “Ya no viene a ver a una amiga que le profesa afecto; la ha abandonado por completo. Comete un error, porque ella siente por usted un tierno afecto. Venga a almorzar mañana. Deseo verlo y conversar con usted acerca de sus asuntos. Buenas noches, amigo mío, lo abrazo. La viuda Beauharnais.”


En el invierno de 1795, Napoleón reanudó sus visitas y se enamoró. Josefina no le amaba pero la atraía la fuerte personalidad de aquel joven, seis años menor que ella, y el estaba fascinado por su belleza. Napoleón le ofrecía regalos como Barrás, pero Josefina valoró su sinceridad frente a la hipocresía de Barrás.


Tras un tiempo como amantes, la mente ordenada y calculadora de Napoleón comenzó a pensar en el matrimonio.

Barras, el único de los cinco directores de origen noble, animó a Napoleón a casarse con Josefina y así tener dos buenos amigos influyentes. Además, como los franceses son tan elegantes para estas cosas, ofreció a Napoleón como regalo de casamiento el mando del ejército de los Alpes.


El matrimonio se celebró en marzo de 1796, en la sala de casamientos del municipio, en la Rue d´Antin y un día más tarde el flamante general partía rumbo al frente italiano.

Napoleón la pidió un deseo “No pido amor ni fidelidad eternos, únicamente... la verdad, una franqueza ilimitada. El día que me digas “te amo menos” será el último día de mi amor o el último de mi vida.”

“Tú nunca me amaste”. “Tengo el corazón herido con miles de cuchillos”. En la misiva, escrita el 8 de junio de 1796, el marido reprocha a la esposa su ausencia en la campaña italiana.


El 2 de diciembre de 1804 alcanzó la cumbre. Ese día Napoleón Bonaparte se coronó emperador en la catedral de Notre-Dame, en París. Acto seguido ciñó la corona imperial en las sienes de su querida esposa, con la que había contraído, a petición del Papa Pío VII, una boda religiosa celebrada en secreto. La coronación no fue del agrado de la familia de Josefina. Su madre ni siquiera acudió al acto.

Las desavenencias comenzaron debido a las infidelidades de Napoleón, que ella no ignoraba. Además, vivía con el constante temor de ser abandonada, pues no había podido darle un hijo. Por esta situación, la familia Bonaparte nunca aceptó a Josefina.


La carencia de hijos en común determinó a Napoleón, inducido por Talleyrand, a divorciarse en 1809 para contraer nuevo matrimonio en 1810 con María Luisa, archiduquesa de Austria e hija del emperador Francisco I de Austria, perteneciente a la casa de Habsburgo. Con este enlace vinculaba su dinastía a la más antigua de las casas reales de Europa, con la esperanza de que su hijo, nacido en 1811 y al que otorgó el título de rey de Roma como heredero del Imperio, fuera mejor aceptado por los monarcas reinantes.

Josefina se retiró a Malmaison, donde falleció, a causa de un catarro mal curado, el 29 mayo de 1814, mientras Napoleón se encontraba “exiliado” en Elba. La víspera de su muerte, Josefina dijo “La primera esposa de Napoleón jamás provocó una sola lagrima.”


No era cierto. Al enterarse Napoleón de su muerte, se encerró durante días y comprendió que sólo el deseo de un heredero para Francia pudo separar su amor.

Una de las cartas de Napoleón a Josefina.

No le amo, en absoluto; por el contrario, le detesto, usted es una sin importancia, desgarbada, tonta Cenicienta. Usted nunca me escribe; usted no ama a su propio marido; usted sabe qué placeres sus las letras le dan, pero ¡aún así usted no le ha escrito seis líneas, informales, a las corridas!

¿Qué usted hace todo el DIA, señora? ¿Cuál es el asunto tan importante que no le deja tiempo para escribir a su amante devoto? ¿Qué afecto sofoca y pone a un lado el amor, el amor tierno y constante amor que usted le prometió? ¿De qué clase maravillosa puede ser, que nuevo amante reina sobre sus días, y evita darle cualquier atención a su marido? ¡Josephine, tenga cuidado! Una placentera noche, las puertas se abrirán de par en par y allí estaré.


De hecho, estoy muy preocupado, mi amor, por no recibir ninguna noticia de usted; escríbame rápidamente sus páginas, paginas llenas de cosas agradables que llenarán mi corazón de las sensaciones más placenteras.

Espero dentro de poco tiempo estrujarla entre mis brazos y cubrirla con un millón de besos debajo del ecuador.

Napoleón Bonaparte



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sábado, 28 de mayo de 2016

Diego Rivera y Frida Kahlo



"Lo único que sé es que pinto porque lo necesito. "
"Yo pinto mi propia realidad….Yo pinto lo que pasa por mi cabeza sin ninguna otra consideración. "
"Pinto autorretratos porque estoy sola muy a menudo, y porque soy la persona que mejor conozco. "
"He pintado mis cuadros bien, no rápidamente pero pacientemente y llevan un mensaje de dolor. "
"No estoy enferma...estoy rota...pero estoy feliz de estar viva mientras pueda pintar. "

Frida Kahlo.....

Magdalena Carmen Frieda Kahlo Calderón nació el 6 de Julio de 1907 en Coyoacán, México, por entonces un suburbio de la Ciudad de México.


La madre de Frida fue Matilde Calderón y González (1876-1932), hija de Antonio Calderón, un fotógrafo de ascendencia Mexicana/Indígena e Isabel González, descendiente de un General español. El padre de Frida, Guillermo Kahlo (1872-1941), también un fotógrafo y artista nació bajo el nombre de Wilhelm Kahlo en Baden-Baden, Alemania. Guillermo era hijo de Jakob Heinrich Kahlo, un joyero y platero y de Henriette Kauffman, ambos judíos húngaros que emigraron a Alemania. Wilhelm Kahlo se trasladó a México en 1891, y a su llegada cambió su nombre alemán de Wilhelm al equivalente español, Guillermo. Después de llegar a México, pronto contrajo matrimonio con María Cárdena y tuvo tres hijas con ella, la segunda murió días después del parto y María falleció después del parto de su tercera hija, dejando a Guillermo solo con sus dos hijas. Las niñas fueron enviadas a vivir en un convento y Kahlo se caso con la madre de Frida, Matilde Calderón. Con Matilde, Guillermo Kahlo tuvo cuatro hijas: Matilde (1898-1951), Adriana (1902-1968), Frida (1907-1954) y Cristina (1908-1964).


A la edad de seis años Frida contrajo poliomielitis. Fue el principio del dolor físico que tuvo que soportar durante toda su vida. Frida tuvo que guardar cama durante nueve meses y en esos meses su pierna derecha no se desarrolló bien, quedando muy delgada y su pie derecho se atrofió. Su padre se aseguró de que Frida hiciera los ejercicios de fisioterapia necesarios para enderezar la pierna, pero a pesar de sus esfuerzos, su pierna y pie quedaron deformados para siempre.


En 1922, después de completar su educación primaria en el Colegio Alemán, Frida entró en la "Escuela Nacional Preparatoria", el mejor instituto de enseñanza secundaria en México. Frida deseaba estudiar ciencias naturales y convertirse en un médico. En esta escuela, Frida se unió a un grupo llamado Los Cachuchas, mote debido a las gorras que llevaban. Este grupo compartía las ideas socialistas-nacionalistas de José Vasconcelos, Ministro de Educación Pública. Su novio por entonces, Alejandro Gómez Arias, un estudiante de derecho y periodista era sin discusión el líder del grupo.


Aunque no tenía la seria intención de convertirse en una artista, Frida empezó a pintar durante esos días de su juventud. Sus trabajos consistieron mayormente en autorretratos y retratos de su familia y de algunos amigos. Algunas de esas primeras obras fueron destruidas por la propia Frida y de otras que sobrevivieron no se sabe el paradero. Hasta 1925, Frida contó solamente con el apoyo de uno de los amigos de su padre, Fernando Fernández, un respetado impresor. Fernando contrató a Frida como aprendiz con sueldo para copiar grabados de Anders Zorn, un impresor sueco y le enseño a dibujar ya que estaba impresionado con su talento.


En 1925, Frida sufrió un accidente que cambiaría el resto de su vida e influiría significativamente en su trabajo. El 17 de Septiembre, Frida y su novio, Alejandro se subieron a un autobús que los llevaría de la escuela a casa. De camino, el atestado autobús fue embestido lateralmente por un tranvía y varias personas murieron. Frida sufrió múltiples heridas y los médicos no estaban seguros de que pudiera sobrevivir. Después de pasar un mes en el hospital, fue enviada a casa y tuvo que guardar cama durante 3 meses. Después de lo que parecía una recuperación completa, Frida empezó a sufrir dolores en la columna vertebral y en el pie derecho, y se sentía siempre cansada y enferma. Un año más tarde, tuvo que ingresar en el hospital de nuevo. En el momento del accidente, los doctores no tomaron rayos X de su columna, pero ahora se dieron cuenta de que varias vértebras se habían desplazado. Durante los siguientes nueve meses, Frida guardó cama y tuvo que llevar corsés de escayola. Fue durante esta convalescencia cuando Frida empezó a pintar en serio. Sus padres hicieron construir un caballete especial que se apoyaba en la cama y aguantaba los lienzos en los que Frida pintaba. También hicieron instalar un espejo bajo el dosel de su cama, el cual permitió a Frida el verse y convertirse en modelo para sus cuadros.


Durante el mismo período en México, un nuevo movimiento artístico apareció, insistiendo en la importancia de dejar atrás modelos europeos y creando un nuevo estilo independiente de arte, basado en las raíces y el folklore de la cultura mexicana. A finales de 1927, Frida se había recuperado casi totalmente del accidente y se unió a este grupo de nuevos artistas en 1928. De nuevo se reunió con sus antiguos compañeros de escuela, muchos de los cuales eran políticamente activos en la universidad. En 1928, un compañero de escuela, Germán del Campo, la presentó a un grupo de jóvenes que estaban en contacto con el comunista Julio Antonio Mella, un cubano exiliado en México. Su amante era la fotógrafo Tina Modotti, y fue a través de ella como Frida conocería formalmente al hombre mas importante de su vida ( o como ella lo calificó una vez "el segundo gran accidente de mi vida" )....Diego Rivera (1886-1957).


Frida había conocido a Rivera anteriormente en la Escuela Nacional Preparatoria, donde Diego había pintado un mural en 1922. Ella fue de nuevo a ver al entonces famoso artista en el Ministerio de Educación Publica, donde él estaba trabajando en otro mural. Frida admiraba a ambos, al artista y al hombre y quería su opinión acerca de su arte. Rivera estaba muy impresionado y la animó a continuar con su trabajo. La gran impresión de Diego se extendía también a la mujer, y se convirtió en un frecuente huésped en la casa de Kahlo. Asimismo, incluyó una imagen de Frida en uno de sus murales en el Ministerio de Educación Publica.


Diego era un miembro del Partido Comunista Mexicano en aquellos días, y en 1928 Frida también se unió al Partido. En 1929 abandonó el Partido cuando Rivera fue expulsado por sus opiniones contra el estalinismo.


El 21 de Agusto de 1929, en una simple ceremonia en el Ayuntamiento de Coyoacán, Frida y Diego contrajeron matrimonio. Ella tenia 22 años y el 42. La madre de Frida no aprobaba esta unión; dijo que Diego era demasiado viejo, demasiado gordo y todavía peor, un comunista y un ateo. El padre de Frida ofreció menos resistencia a la unión. El comprendió que Diego gozaba de una confortable situación financiera que permitiría costear los elevados gastos médicos de su hija. Algunos de los amigos de Frida estaban pasmados por su elección, mientras que otros lo vieron como una manera de desarrollar su carrera artística. La pareja se mudó inicialmente a un apartamento en la Ciudad de México, pero después de un tiempo se mudaron a Cuernavaca, donde Diego estaba trabajando en un nuevo mural.


A principios de 1930, Frida se quedó embarazada por primera vez. Desgraciadamente, tuvo que sufrir un aborto terapéutico ya que el feto estaba en una posición incorrecta. Como resultado del accidente de autobús de 1925, la pelvis de Frida estaba fracturada en 3 sitios y los médicos le dijeron por entonces que probablemente nunca podría tener hijos.


En Noviembre de 1930, la pareja se mudó a los Estados Unidos durante cuatro años. Su primera parada fue en San Francisco, donde le habían encargado a Diego el pintar unos murales en la Bolsa de San Francisco así como en otros edificios públicos. Albert Bender, un agente de seguros y coleccionista de arte ayudó a procurar un visado de entrada para Diego, el cual había sido inicialmente denegado debido a su afiliación con el Partido Comunista.


Durante su estancia en San Francisco, Frida conoció al Doctor Leo Eloesser, un importante cirujano y se inició una amistad que duraría hasta la muerte de Kahlo. Frida confiaba en el en todo lo que se refería a asuntos de salud y durante toda su vida consultaría su consejo medico. En Junio de 1931, Kahlo y Rivera volvieron brevemente a México y entonces viajaron a Nueva York, donde Rivera había sido invitado a asistir a una exposición retrospectiva de sus trabajos.


En 1932 se mudaron de nuevo, esta vez a Detroit, donde encargaron a Rivera el pintar un mural para el Detroit Institute of Arts. En Detroit, Frida se quedó embarazada de nuevo; enseguida informó al Dr. Eloesser y él recomendó que se pusiera en contacto con un médico en el hospital Henry Ford. Aunque el Dr. Eloesser animó a Frida a continuar con el embarazo en lugar de abortar, Frida no estaba convencida. En una carta al Dr. Eloesser, Frida escribió que Diego no estaba interesado en tener hijos y también estaba preocupada por posibles complicaciones durante el embarazo. El doctor en Detroit recomendó a Frida el llevar a término el embarazo ya que sería mejor que un aborto. Frida estaba muy excitada con la idea de tener un hijo y decidió seguir adelante con el embarazo, incluso con los problemas que tendría que sobrellevar.


El 4 de Julio, Frida sufrió un aborto espontáneo y perdió el bebe que tanto deseaba. Fue una experiencia muy traumática para ella y pasó los siguientes 13 días en el hospital.

Frida volvió a México brevemente en Septiembre de 1932, cuando su madre falleció durante una operación en la vesícula biliar.

En Marzo de 1933, los Rivera volvieron a Nueva York para quedarse allá nueve meses, ya que le encargaron a Rivera el pintar un mural en el Rockefeller Center. Después de vivir en Estados Unidos durante casi 3 años, Frida añoraba México y quería volver a su país, per Diego estaba entusiasmado con Estados Unidos y quería permanecer allá. Este desacuerdo causó serios problemas entre la pareja. A finales de 1933, Rivera fue despedido por pintar la cara de Lenin en uno de los trabajadores dibujados en su mural. A pesar de su entusiasmo por Estados Unidos, Diego cedió a los deseos de Frida y en Diciembre de 1933 la pareja volvió a México.


A su regreso, compraron una nueva casa en San Ángel, por entonces un suburbio de la Ciudad de México. Frida estaba ansiosa por empezar a pintar de nuevo, ya que había trabajado muy poco durante su último año en Estados Unidos. Pero el destino le jugó una mala pasada y sus ambiciones fueron destrozadas de nuevo por problemas de salud. En 1934 Frida se quedó embarazada de nuevo y experimentó muchas complicaciones. Como en el pasado, el embarazo tuvo que ser abortado, enviándola de vuelta al hospital. El mismo año sufrió la primera operación en el pie derecho y tuvieron que amputarle cuatro dedos de los pies que tenían gangrena.

Estos fueron años difíciles para Frida. Además de sus problemas de salud estaba teniendo un montón de problemas en su matrimonio con Diego. En 1935 Frida descubrió que Diego, el cual habia tenido otros asuntos amorosos con otras mujeres durante su matrimonio, estaba manteniendo una relación sentimental con la hermana más joven de Frida, Cristina. Frida estaba terriblemente dolida por la relación. Abadonó la casa común y se mudó a un apartamento en el centro de la Ciudad de México. Una vez allá se procuró asesoría legal con vistas a un posible divorcio. Al mismo tiempo, Frida conoció al escultor americano Isamu Noguchi y mantuvieron una relación amorosa.

En un esfuerzo por huir de sus problemas, Frida viajó a Nueva York con dos amigas y a finales de 1935, una vez que Rivera rompió su relación con la hermana de Frida, volvió a San Angel. Pero Rivera no cejó en sus infidelidades y Frida empezó a tener sus propias aventuras amorosas, no sólo con hombres, sino también con mujeres. En 1936 Frida sufrió otra operación en el pie derecho.

Ese mismo año Frida se involucró de nuevo en política. Cuando la Guerra Civil estalló en España, junto con otras mujeres fundo un comité de solidaridad para ayudar a los Republicanos españoles. Sus relaciones con Rivera aparentemente mejoraron durante esos días. Rivera admiraba al político ruso Leon Trotsky y cuando Trotsky fue expulsado de Rusia y Noruega, la pareja elevó una petición al gobierno Mexicano para que concediera asilo político a Trotsky y su esposa en México. La petición de asilo fue concedida.


En Enero de 1937 Leon Trotsky y su esposa, Natalia Sedova llegaron a Tampico, México. Frida los fue a recibir y se convirtieron en residentes de la "Casa Azul" en Coyoacán, en donde vivieron hasta Abril de 1939. Al poco tiempo de su llegada, Kahlo y Trotsky mantuvieron un breve romance secreto que finalizó en Julio de 1937.

En 1938 los Rivera fueron anfitriones de otro huésped importante: uno de los líderes del Surrealismo, el francés André Breton y su esposa, Jacqueline Lamba. Breton también simpatizaba con las ideas políticas de Trotsky y había viajado a México para conocerle. Cuando Breton vió las pinturas de Frida quedó muy impresionado. Breton organizaría un año más tarde una exposición de los trabajos de Frida en París, en 1939.

En Octubre de 1938 Frida viajó a Nueva York para preparar su exposición en la Galería de Julien Levy. El año anterior había participado en una exposición colectiva en México, pero esta exposición iba a ser su primera en solitario.

Frida pintaba principalmente para su satisfacción personal, nunca pensando en las opiniones del público acerca de su trabajo. Se quedó sorprendida al saber que a la gente le gustaban sus cuadros y estaban dispuestos a comprarlos. El verano siguiente, el actor Edward G. Robinson compró cuatro de sus cuadros por $200 cada uno. Fue entonces cuando Frida se dio cuenta de que sus cuadros eran el pasaporte para independizarse financieramente de Diego.

La exposición de Nueva York fue un gran éxito y recibió criticas muy favorables de la prensa. La mitad de sus pinturas en la exposición se vendieron. Recibió encargos para nuevos trabajos y entre sus clientes se encontraban: A. Conger Goodyear, Presidente del Museo de Arte Moderno de Nueva York y Clare Boothe Luce, editora de la revista Vanity Fair.

Frida estaba muy excitada con su nueva fama porque le daría independencia económica de Rivera y mas libertad. Empezó a flirtear con sus admiradores, y se embarcó en una apasionada relación amorosa con el fotógrafo Nickolas Muray.

En Enero de 1939 Frida viajó sola a París para una exposición de su trabajo, patrocinada por André Breton. No obstante cuando Frida llegó, encontró que no se habían hecho arreglos para la exposición prometida. Con la ayuda del pintor Marcel Duchamp, la galería Renou et Colle aceptó el mostrar la exposición. El 10 de marzo de 1938, la "Mexique" exposición abrió y los trabajos de Kahlo se mostraron junto con otras obras Mexicanas de los siglos XVIII y XIX, fotografías tomadas por Manuel Álvarez Bravo, esculturas pre-columbinas provenientes de la colección privada de Rivera y otros objetos de arte folklórico.

Frida no estaba impresionada ni con París ni con sus habitantes. Después de conocer a algunos de los amigos surrealistas de Breton, Frida sintió disgusto por los artistas parisinos. En una carta a su amigo Nickolas Muray en Febrero, Frida expresó con intensidad su desagrado por Europa y sus habitantes. Debido a que la exposición de Frida en París no fue un éxito financiero y a la inminente amenaza de la guerra, Frida decidió cancelar una exposición posterior que se iba a celebrar en la Galería Guggenheim Jeune en Londres.

A pesar de su limitado éxito en París, recibió comentarios favorables de los críticos. Una pintura de su exposición en París, "Autorretrato - El Marco " se convirtió en la primera obra de un artista mexicano del siglo XX adquirida por el Museo del Louvre.


Dos días después de que se clausurara la exposición en París, Frida partió hacia Nueva York. Después de una breve estancia volvió a su casa en México. Su relación con Rivera se había deteriorado y en el verano de 1939 se separaron y Frida volvió a la Casa Azul con sus padres. Hacia finales de ese año Diego y Frida solicitaron el divorcio. El 6 de Noviembre de 1939 el divorcio fue final. Fue Rivera quien insistió en el divorcio, y la separación afectó emocionalmente mucho a Frida. Intentó desesperadamente el ahogar sus penas bebiendo y sumergiéndose en su trabajo, pero como Frida dijo "mis penas saben nadar". Frida no deseaba depender económicamente de Rivera nunca más y vio su carrera como pintora como su futuro medio de vida.

Los problemas de salud de Frida reaparecieron, lo que no contribuyó a ayudar a mejorar su estado emocional. A finales de 1939 empezó a experimentar severos dolores en su espalda y desarrolló una infección aguda de hongos en su mano derecha. Contactó con su viejo amigo, el doctor Eloesser quién le aconsejó que fuera a visitarlo en San Francisco para seguir el tratamiento adecuado. Rivera se hallaba por entonces en San Francisco, trabajando en un mural. El doctor Eloesser medió entre los dos para facilitar una reconciliación. En Diciembre, Diego le pidió a Frida que se casara de nuevo con él. Ella aceptó inmediatamente pero sólo bajo ciertas condiciones: 1) Ella se mantendría financieramente independiente con la venta de sus cuadros 2) Ella pagaría la mitad de los gastos de la casa y 3) no mantendrían relaciones sexuales. Diego la echaba a faltar terriblemente y aceptó voluntariamente los términos. Se casaron de nuevo el 8 de Diciembre de 1940, el día del cumpleaños de Diego.

Poco tiempo después de su matrimonio, Frida volvió a México. En febrero de 1941 Diego acabó su mural en San Francisco y volvió a México para estar con Frida.

En Abril de 1941, el padre de Frida, Guillermo Kahlo murió de un ataque al corazón. Frida y Diego volvieron a Coyoacán para vivir en la Casa Azul.

Después de su segundo matrimonio, la vida de Frida se volvió menos complicada y más rutinaria; empezó a disfrutar de los simples placeres de la vida, y la nueva tranquilidad se reflejó en sus cuadros. En 1941, con la oposición de Stalin a Hitler, Frida de nuevo expresó sus simpatías por el Partido Comunista. Su trabajo estaba ahora siendo reconocido en México y fue nombrada como miembro de comités, ganó premios y contribuyó a varias publicaciones. Su reputación alcanzó su punto culminante cuando después de la Exposición Internacional del Surrealismo que se inauguró el 17 de Enero de 1940 en la principal galería de arte privada en México, la Galería de Arte Mexicano, dirigida por Inés Amor. La contribución de Frida a la exposición fue "Las Dos Fridas". Durante 1940 Frida participó en muchas exposiciones colectivas en México y USA.

En 1944 Frida empezó a escribir un diario personal, el cual se convertiría en una herramienta importante para entender a la mujer y a su trabajo.

En 1942, Frida fue elegida miembro del Seminario de Cultura Mexicana, el cual estaba bajo la dirección del Ministerio de Educación Publica. La misión de esta institución, formada por veinticinco artistas e intelectuales era promover la cultura mexicana.

El mismo año, el antiguo "Colegio de Escultura" se convirtió en la "Escuela de Pintura y Escultura". Los estudiantes la llamaron "La Esmeralda" ya que se hallaba situada en la calle del mismo nombre. En 1943 Frida fue nombrada parte del personal docente de esta escuela, donde daría una clase de pintura, doce lecciones por semana. Frida animó a los jóvenes estudiantes a buscar sus modelos e inspiración en la vida diaria de la cultura mexicana, así como en el folklore del país y a no seguir los modelos Europeos tradicionales.

Después de unos pocos meses, la mala salud de Frida la obligó a enseñar desde casa. De nuevo sufría agudos dolores en su espalda y pie derecho y le ordenaron descansar. Tenia que llevar un corsé de acero, que se convirtió en el sujeto de su cuadro de 1944 "La Columna Rota".

En Junio de 1946 Frida sufrió una operación en su columna. Un especialista de Nueva York había sugerido que su columna debía ser enderezada y ella estuvo de acuerdo. Desafortunadamente, la cirugía no tuvo éxito y Frida se sintió decepcionada, además de soportar terribles dolores.

En Septiembre de 1946 Frida ganó uno de los galardones anuales "Premio Nacional para el Arte y la Ciencia" por su cuadro "Moisés". Aunque todavía sufría dolores y se estaba recobrando de la cirugía. Frida hizo una aparición en la ceremonia y aceptó orgullosamente su premio.

En 1948 se unió de nuevo al Partido Comunista debido a su fe en la Revolución y mejoras sociales.

A finales de los años 40, la salud de Frida estaba empeorando. En 1950 paso nueve meses en el hospital ABC de la Ciudad de México, donde sufrió más operaciones en la espalda. Después de una de sus cirugías, se desarrolló una infección la cual conllevó mas operaciones. En ese año sufrió siete operaciones. En noviembre, después de la sexta operación fue capaz de pintar de nuevo mediante un caballete especial montado en su cama. Se movía por la casa y los jardines en una silla de ruedas y podía caminar solo cortas distancias con el uso de muletas o un bastón. Mientras estuvo en el hospital ABC, su cirujano fue el Doctor Juan Farrill. Se convirtieron en grandes amigos y como muestra de aprecio, Frida pinto "Autorretrato con el retrato del Dr., Juan Farrill" para dárselo como regalo.

Como resultado de su inmovilidad, Frida pasaba la mayoría del tiempo en casa. Su relación con Diego se había vuelto "platónica" y sus relaciones mas íntimas eran ahora casi exclusivamente con mujeres.

Después de 1951, el estilo de Frida cambió. Su dependencia de los analgésicos estaba afectando seriamente su coordinación. Sus cuadros ya no tenían la precisión técnica y detalle que los caracterizó en el pasado.

En la primavera de 1953, la fotógrafo Lola Álvarez Bravo, una amiga de Kahlo, organizó la primera exposición en solitario del trabajo de Frida en México. La tarde de la inauguración, los doctores insistieron en que se quedara en cama. No obstante, Frida estaba determinada a no perderse el evento y, en la típica manera que la caracterizaba, acudió. Hizo arreglos para que llevaran su cama a la exposición y con el dolor calmado por analgésicos llegó más tarde en una ambulancia.

El dolor en su pierna derecha era ahora intolerable y en Agosto de 1953 tuvieron que amputársela por debajo de la rodilla. Le construyeron una pierna artificial que le permitía caminar, pero la operación la sumió en un estado de depresión profunda. Cinco meses más tarde, se las arreglaba para caminar distancias cortas con la pierna artificial e incluso apareció unas pocas veces en público. Su estado de ánimo cambiaba desde la euforia hasta los más negros pensamientos de suicidio.

La última aparición pública de Frida fue el 2 de Julio de 1954, cuando participó en una demostración para protestar el derrocamiento del gobierno democrático del presidente de Guatemala Jacobo Arbenz por parte de la CIA.

Gravemente enferma con una neumonía, Frida Kahlo falleció durante la noche del 12 al 13 de Julio de 1954, siete días después de su 47 cumpleaños. La causa del fallecimiento fue embolia pulmonaria, aunque los pensamientos suicidas expresados en su diario hicieron pensar a algunas personas que quizás se suicidó.

En la tarde del 13 de Julio, su ataúd se coloco en el vestíbulo de entrada del Palacio de Bellas Artes velado por una guardia de honor. Rivera dio permiso para envolver el ataúd con una bandera roja estampada con la hoz y el martillo. Este acto causó mucha controversia, y el antiguo compañero de colegio de Frida, Andrés Duarte, se vio obligado a dimitir de su posición como director del Instituto Nacional de Bellas Artes. La guardia de honor se mantuvo un día y una noche. En la tarde del 14 de Julio, mas de 600 personas habían pasado por el Palacio de Bellas Artes para presentar sus últimos respetos. Seguido por una procesión de 500 personas, el ataúd se llevo por las calles hasta el crematorio. Allí, después de una ultima ceremonia de despedida. Frida fue incinerada de acuerdo con el deseo expresado antes de morir.

Sus cenizas se hallan hoy en un jarrón pre-columbino en la casa que Frida compartió con Rivera. Un año después de su muerte, Rivera cedió la casa al gobierno mexicano para convertirla en un museo. Diego Rivera murió en 1957 y a su muerte cedió todos los derechos de su obra así como los de Frida Kahlo a la nación de México. El 12 de Julio de 1958, la Casa Azul se abrió oficialmente como el "Museo Frida Kahlo".

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