domingo, 31 de julio de 2016

Angelo Merendino y Jennifer



Desde la primera vez que el fotógrafo estadunidense Angelo Merendino vio a Jennifer, de inmediato tuvo la sensación de que ella era la elegida, la mujer con la que quería vivir por el resto de su vida. 


Un día, se llenó de valor para declararle su amor y, para fortuna de él, también fue correspondido. 


Fue así como inició una historia de amor y a los pocos meses contrajeron matrimonio. Pero 5 meses después de estar casados, Jennifer fue diagnosticada con cáncer de mama. 


Un momento en el que ambos se miraron a los ojos, el uno sostuvo las manos del otro y se dijeron: “Estamos juntos, vamos a estar bien.”


Siendo el segundo tipo de cáncer más común en el mundo, el cáncer de mama es el más común entre las mujeres. A pesar de los avances médicos en el tratamiento de esta enfermedad terrible y despiadada.


Angelo, decidió retratar la pelea de su esposa durante los cinco años contra el cáncer, en los que valientemente y unidos por un gran amor, se enfrentaron a esta dura enfermedad. En un principio, las fotos sólo serían mostradas a la familia, pero antes de morir, 


Jennifer le pidió a su esposo compartirlas. Es así como Angelo decidió publicar a través de facebook y la página “My Wife’s Fight With Breast Cancer”, imágenes a blanco y negro de algunos de los momentos que vivió con el amor de su vida, para que las personas pudieran entender el dolor que aqueja a todos los que sufren esta dura enfermedad


“Mis fotografías muestran la vida cotidiana. Ellas humanizan el rostro de cáncer, en la cara de mi esposa. Muestran el reto, la dificultad, el miedo, la tristeza y la soledad que enfrentamos, que Jennifer se enfrentó, mientras luchaba con esta enfermedad. 


Pero lo más importante de todo, mostrar nuestro amor. Estas fotografías no nos definen, sino que somos nosotros.” Dice Angelo… Sin duda una historia de amor verdadero. 
Cumpliendo tal y como ambos lo prometieron al casarse, queriéndose y amándose en la salud o en la enfermedad. 


Ahí estuvo Angelo, para acompañar a su querida esposa. Tómense unos minutos de su tiempo, para ver las imágenes, leer la historia completa y ver el video debajo de este post.


La primera vez que vi a Jennifer, sabía que ella era la elegida. Yo sabía, al igual que mi papá, cuando contó a sus hermanas en el invierno de 1951, después de conocer a mi mamá por primera vez, “la encontré”.


Un mes más tarde, Jen consiguió un trabajo en Manhattan y dejó Cleveland. Yo iba a la ciudad – a ver a mi hermano, pero realmente quería era verla a ella. 
En cada visita, mi corazón le gritaba a mi cerebro, “Dile”… Pero no podía reunir el valor para decirle que no podía vivir sin ella. 


Mi corazón finalmente se impulsó y, como un chico de escuela, le dije a Jen “Estoy enamorado de ti”. Para el alivio de los latidos de mi corazón, los ojos hermosos de Jen se iluminaron y me dijo: “¡Yo también!”


Seis meses más tarde, recogí mis pertenencias y viajé a Nueva York con un anillo de compromiso, quemando un agujero en el bolsillo. Esa noche, en el restaurante italiano favorito de ella, me puse de rodillas y le pedí que se casara conmigo. 


Menos de un año más tarde, nos casamos en Central Park, rodeados de nuestros familiares y amigos.


Más tarde, esa noche, bailamos nuestro primer baile como marido y mujer, acompañado por mi padre y su acordeón – ♫ “Estaba en el estado de ánimo para el amor…”♫


Cinco meses más tarde, Jen fue diagnosticada con cáncer de mama. Recuerdo el momento exacto… La voz de Jen y la sensación de entumecimiento que me envolvía. 


Ese sentimiento nunca se ha ido. Nunca voy a olvidar cómo nos miramos a los ojos, el uno sostuvo las manos del otro, y nos dijimos: “Estamos juntos, vamos a estar bien.”


Con cada desafío que se acercaba, las palabras se volvían menos importantes. Una noche, Jen acababa de ser admitida en el hospital, el dolor estaba fuera de control. 


Ella me agarró del brazo, con los ojos llorosos: “Hay que mirarnos a los ojos, esa es la única manera que puedo manejar este dolor” – Nos amábamos con cada pedacito de nuestras almas.


Jen me enseñó a amar, a escuchar, a dar y creer en los demás y, para mí, nunca he sido tan feliz como lo fui durante este tiempo.


A lo largo de nuestra batalla, tuvimos la suerte de tener un fuerte grupo de apoyo, pero aún luchaba por conseguir que la gente entienda nuestro día a día la vida y las dificultades que enfrentamos. 


Jen tenía un dolor crónico de los efectos secundarios de casi 4 años de tratamiento y medicamentos.


A los 39 años, Jen comenzó a usar un caminador y estaba agotada de estar constantemente al tanto de todos los golpes y moretones. 


Estancias hospitalarias de más de 10 días, ya no eran raras. La frecuentes visitas al médico eran debido a batallas con las compañías de seguros. 


El miedo, la ansiedad y las preocupaciones eran constantes.


Lamentablemente, la mayoría de la gente no quiere escuchar estas realidades y, en ciertos puntos, sentimos nuestro apoyo desvaneciendo. Otros sobrevivientes de cáncer comparten esta pérdida. 


La gente asume que el tratamiento te hace mejor, que las cosas se hacen bien, que la vida vuelve a la “normalidad”. Sin embargo, no existe una persona normal con cáncer en la tierra. 


Los sobrevivientes de cáncer tienen que definir un nuevo sentido de la normalidad, con frecuencia diaria. ¿Y cómo pueden los demás a comprender lo que teníamos que vivir todos los días?


Mis fotografías muestran la vida cotidiana. Ellas humanizan el rostro de cáncer, en la cara de mi esposa. 


Muestran el reto, la dificultad, el miedo, la tristeza y la soledad que enfrentamos; a la que Jennifer se enfrentó, mientras luchaba con esta enfermedad. 


Pero lo más importante de todo, mostrar nuestro amor. 


Estas fotografías no nos definen, sino que somos nosotros.


El cáncer está en las noticias todos los días, y tal vez, a través de estas fotografías. 


La próxima vez que un paciente de cáncer se pregunte ¿cómo él o ella está haciendo junto con la escucha?, la respuesta se reúna con más conocimiento, con empatía, comprensión y una preocupación más profunda y sincera.


“Ama a cada trozo de las personas en tu vida.” 
Jennifer Merendino






sábado, 30 de julio de 2016

Caja de Besos



Hace ya un tiempo, un hombre castigó su pequeña niña de 3 años por desperdiciar un rollo de papel de envoltura dorado.


El dinero era escaso en esos día, por lo que explotó en furia, cuando vio a la niña tratando de envolver una caja para ponerla debajo del árbol de navidad.

Mas sin embargo,la niña le llevó el regalo a su padre la siguiente mañana y dijo: ‘”Esto es para ti, Papito’”.

Él se sintió avergonzado de su reacción de furia, pero éste volvió a explotar cuando vio que la caja estaba vacía.

Le volvió a gritar diciendo: -”Qué no sabes que cuando das un regalo a alguien, se supone que debe haber algo adentro?”


La pequeñita volteó hacia arriba con lágrimas en los ojos y dijo: – ”Oh papito, no está vacía, yo soplé besos adentro de la caja, Todos para ti, papi.”

El padre se sintió morir puso sus brazos alrededor de su niña y le suplicó que lo perdonara.

Se ha dicho que el hombre guardó esa caja dorada cerca de su cama por años y siempre que se sentía derrumbado, él tomaba de la caja un beso imaginario y recordaba el amor que su niña había puesto ahí.
 

En una forma muy sensible, cada uno de nosotros humanos hemos recibido un recipiente dorado, Lleno de amor incondicional y besos de nuestros hijos, Amigos, familia o de Dios.

Nadie podría tener una propiedad o posesión más hermosa que esta.

viernes, 29 de julio de 2016

Rick y Dick Hoyt una historia de vida



Conozca la historia emocionante de un padre que nunca desistió de luchar por la felicidad de su hijo.

En medio de tantos atletas, un hombre tiene una misión mayor. Su hijo quiere participar, y él va a cumplir el sueño del hijo. A esta altura, Usted debe estar haciéndose muchas preguntas, tratando de entender e incluso creer en lo que le contaremos. Esta es la historia de un padre que nunca desistió de luchar por la felicidad de su hijo.

Esta historia de amor comenzó en Winchester, en los EEUU, hace 43 años, cuando nació Rick el mayor de los tres hijos de Dick Hoyt. Durante el parto el cordón umbilical se enroscó en el cuello del niño estrangulándolo. Este accidente impidió la oxigenación del cerebro, provocando una lesión cerebral con daños irreversibles que lo incapacitaron de hablar y de controlar los movimientos de sus miembros.


A los 9 meses de edad, los médicos dijeron: “Líbrense de él, es mejor internarlo. Él será un vegetal toda su vida”. Lloramos mucho, pero decidimos tratarlo como un niño normal. Él es el centro de las atenciones y está siempre incluido en todo”, cuenta Dick Hoyt.


Rick siempre tuvo amor, pero nadie lo supo hasta qué punto él podía absorber y entender lo que pasaba a su alrededor. Su padre y su madre no desistieron, y con el paso del tiempo notaron que los ojos de Rick los seguían por el cuarto. A los 11 años lo llevaron al departamento de ingeniería de la Tufts University para ver cuáles eran las posibilidades de que su hijo pudiese comunicarse.


“No hay ninguna forma” le dijeron a Dick, “Su cerebro no tiene ninguna actividad” “Entonces pedimos que contaran un chiste, y Rick comenzó a reír. Ellos entonces dijeron que tal vez haya algo ahí adentro”, recuerda Dick Hoyt.


Estos científicos desarrollaron un sistema de comunicación para Rick. Con el movimiento lateral de la cabeza, el único que consigue controlar, él podría elegir letras que pasaban por una pantalla, y así, lentamente, escribir palabras.


“Él tenía 12 años, y todos estaban apostando cuales serían las primeras palabras. ¿Sería “hola mamá”, “hola papá”? No. Él dijo: “Go, Bruins”, frase de incentivo a los Boston Bruins, equipo de hockey”, cuenta Dick.


Rick participaba de todo. Y fue así que surgió la idea de correr.


“Un colega de la escuela sufrió un accidente y quedó paralitico. Fue organizada una carrera para recaudar dinero para el tratamiento. Y Rick, a través del computador, pidió: ‘Papá, tengo que hacer algo por él, quiero participar. Tengo que mostrarle que la vida continúa, aunque él esté paralizado. Quiero participar de la carrera”, recuerda Dick.


“Yo tenía 40 años y no era un atleta. Corría tres veces por semana, unos dos quilómetros, solo para tratar de mantener el peso. Así comenzamos a correr en medio del grupo, y todos pensaron que solo lograríamos llegar hasta la primera curva. Pero logramos hacer el recorrido completo, llegando casi al final, pero no en el último puesto. Al cruzar la línea de llegada, Rick tenía dibujada en su rostro la sonrisa más linda que he visto en mi vida. Después de correr esa maratón de 8 km., estuve toda una semana con dolores en todo el cuerpo, esta vez yo me sentía el inválido. Cuando llegamos a casa, a través del computador Rick me dijo: ‘Papá, durante la carrera sentí que mi deficiencia desaparecía’. Me dijo que se sintió como un pájaro libre, porque se sentía libre de correr y competir como cualquier otro”.


Las palabras de Rick cambiaron la vida de Dick, quien se obstinó en dar a Rick esa sensación todas las veces que fuese posible. Comenzó a entrenar y a dedicarse tanto para entrar en forma hasta que, Rick y Dick, estuvieron prontos para competir en la Maratón de Boston en 1979. Pero no recepción no fue buena.


“Nadie nos hablaba, nadie nos quería en la competencia. Familiares de otros deficientes nos escribieron y con rabia me preguntaban: ¿Qué es lo que está haciendo? ¿Está buscando gloria para usted? Lo que no sabían es que la felicidad de Rick era el motivo que me empujaba a participar en la competencia”, cuenta Dick.


Y contra todos, siguieron adelante. Un año después, participaron de la primera maratón. Cinco años más tarde, tuvimos la idea del triatlón. Pero para participar de una triatlón con su hijo, Dick tenía una serie de problemas que resolver.


Primero: equipo. No existía en el mercado nada parecido. Todo el material de competencia tuvo que ser desarrollado para él. Y en cada competencia, Dick tenía que llegar antes de la hora para poder montar todo lo necesario.


Pero Dick Hoyt tenía un problema mayor que resolver para poder participar de la triatlón con su hijo. Algo muy básico. No sabía nadar. Entonces se mudaron de casa, fueron a vivir a la orilla de un lago.


“Nunca olvidaré el primer día. Me tiré en el lago, y adivinen, me hundí. Pero todos los días cuando volvía del trabajo, trataba de avanzar un poco más”. Cuenta Dick.


Entre el primer día en el lago y la primera triatlón, pasaron apenas 9 meses. El problema de la natación fue resuelto, pero Dick tenía una dificultad más: desde los 6 años de edad no subía a una bicicleta. El ciclismo era la parte más difícil para los Hoyt. La bicicleta que utilizaban era casi seis veces más pesada que las de los otros competidores, esto sin contar el peso de Rick. Y en las subidas, esta diferencia son seguridad se hacía sentir.


“Nadie me enseñó a nadar, ni a pedalear, ni a correr como un atleta. Simplemente lo hicimos juntos, a nuestra manera”, comenta Dick.


De esta forma, padre e hijo, enfrentaron los más increíbles desafíos. El más impresionante: el ‘Iron Man’ (hombre de acero), en Hawaii, lo más duro de los triatlones. Son 3,8 mil metros de natación, 180 kilómetros de ciclismo y una maratón entera al final: 42, 195 kilómetros en más de 13 horas, un esfuerzo sobrehumano.


Debe ser terrible para alguien de 25 años de edad, ser vencido por un viejo remolcando un adulto en un barquito. ¿Y por qué Dick no competía solo?


“De ninguna manera”, respondió Dick. “Hago esto solo por la felicidad de Rick y para ver su hermosa sonrisa en cuento corremos, nadamos o pedaleamos juntos”.


Dick y Rick vencieron la desconfianza. Hoy son queridos y respetados a donde van. Reciben incentivos de otros competidores y hasta agradecimientos.


Desde el 1980, participaron de seis ediciones de ‘Iron Man’, 66 maratones y diferentes competiciones. Padre e hijo completaron 975 pruebas juntas. Jamás abandonaron una, ni llegaron al último lugar. Tienen el orgullo de decir: “Llegamos cerca del último, pero nunca en el último lugar”. Y siempre con el mismo final: Un público conmovido, brazos abiertos y la hermosa sonrisa de Rick en la línea de llegada.


Actualmente, Rick tiene 46 años. Con un movimiento de la cabeza escribe en el computador frases que se escuchan a través de un sintetizador de voz. Es un hombre alegre. “Las personas, algunas veces, me quedan mirando. Espero que sea porque soy muy lindo”, bromea él.


Rick se graduó en educación especial en la Universidad de Boston. “No puedo describir la felicidad del día de la graduación. Fue mi mayor realización. Logré mostrarle a las personas que no tienen que sentarse y esperar la vida pasar”, comenta.


Hoy, él ya no vive con los padres. Vive solo, con la ayuda de personas que lo asisten. Y si usted tuviese la oportunidad de pasar algunos minutos con Rick, jamás olvidará su sonrisa.


“Él es muy, pero muy feliz. Probablemente, es más feliz que el 95% de la población”, afirma el padre, quien escribió un libro y creó una fundación para ayudar a otras personas con parálisis cerebral. Hoy el ‘super papá’ tiene 68 años, e impresiona por el vigor que todavía manifiesta.


A los 52, empujando a Rick, consiguió el increíble tiempo de 2 horas 40 minutos en la Maratón de Boston, poco más de media hora arriba del record mundial. Marca excelente para un aficionado, sensacional para una personas de esa edad e increíble para quien corre empujando una silla de ruedas.


“Me pidieron para competir solo, pero no hago nada solo. Empezamos como un equipo, y es así que será siempre. Lo que importa para mi es estar compitiendo al lado de Rick”, afirma Dick.
Así es que se hacen llamar “team Hoyt” (“equipo Hoyt). Padre e hijo, inseparables. Richard Eugene Hoyt y Richard Eugene Hoyt Junior: Un mensaje vivo al mundo. 


Padre e hijo, ambos, salvando la vida uno del otro. Pues hace algunos años, Dick tuvo un ataque cardíaco durante una carrera. Los médicos dijeron que una de sus arterias estaba comprometida en un 95%, y que si hubiese sido por su dedicación y entrenamiento, probablemente hubiese muerto 15 años antes de este acontecimiento.


“Nuestro mensaje es: ‘¡Si se puede!’. En nuestro vocabulario no existe la palabra ‘imposible’. Este es nuestro lema. Y continuaremos con él hasta el fin”. Asegura Dick.


En el día del padre, Rick, quería pagar una cena para su padre, pero lo que él realmente deseaba era hacer algo que nadie podía hacer ni comprar.


“Yo deseo”, digita Rick, “Un día poder empujar a mi padre en la silla de ruedas por lo menos una vez”.


Hermoso ejemplo y lección de vida, que nos dejan Rick y Dick Hoyt.